Sin Categoría

Superhéroe

El Capitán Calzoncillos es el superhéroe
favorito de mi hija, y el mío

A veces -solo a veces- pasa que en plena desesperación aparece explosiva, instantánea, una inesperada y brillante solución. Cuando tal cosa ocurre los seres humanos recuperamos por un rato los ojos ingenuos y asombrados que tuvimos cuando niños, tan confiados entonces en la llegada inevitable y salvadora de la magia.

El milagro, que llega solo después de haber apurado la amargura hasta el límite, es un guión tan exitoso siempre que probablemente lo tenemos grabado en alguna de las misteriosas y primitivas volutas allí al fondo de nuestro cerebro. El mismo relato que sostenía los cuentos con que nos durmieron de pequeños lo utilizamos más tarde, ya mayores, para crear superhéroes espectaculares y todopoderosos que nos devolvían por un rato aquella satisfacción tranquila que creíamos perdida.

Pero cuando esos milagros pasan en la vida real, las poquísimas veces que ese guión se cumple allí donde nadie esperaba que interviniese la fantasía, entonces sentimos una mezcla extraña de alegría infantil con ribetes de extrañeza adulta. Es lo que ha pasado con el principal equipo ciclista vasco que, a punto de desaparecer víctima de esta abrasadora crisis, ha sido rescatado “in extremis” por el piloto de Fórmula 1 Fernando Alonso. Un deportista de los que parece que sí creen en el valor de los equipos y al que sin duda le atraen irresistiblemente las ruedas tengan o no un motor al otro lado.

De lo que se ha conocido parece que no se trata de una solución momentánea y de emergencia sino de una nueva ilusión por impulsar un proyecto serio, cabal y con recorrido. Un auténtico milagro. Algo realmente fantástico.

Fernando Alonso tiene méritos suficientes para merecer la admiración de mucha gente a que le gustan las carreras. Espero que con esto aún gane más prestigio y desde ahora digo que aplaudiré si también gana dinero. Veremos lo que pasa pero yo de entrada he encerrado mi cinismo en el sótano y, aunque tengo ya una edad, me pienso aferrar a mi corazón de niño y sentir que ha llegado volando un superhéroe a ahuyentar el miedo y el desaliento.

Con la que está cayendo, me parece que no hay nada mejor para empezar el nuevo curso que una sobredosis de esperanza. Ojala que cada uno tengamos en casa nuestro propio pequeño milagro. Nos hace mucha falta.

Publicado en Danok Bizkaia el 6 de setiembre de 2013

El error sindical

Ahora que todo lo que creíamos asegurado se desmorona se está convirtiendo en hábito hablar también de los muchos y grandes errores cometidos por los sindicatos españoles y seguramente con bastante razón. Se critica sobre todo que, apostados en un tratamiento institucional muy ventajoso hacia ellos mismos, se centraron exclusivamente en la defensa de los sectores y empresas que les resultaban más confortables, aquellos donde tenían la mayoría de sus afiliados, y que abandonaron o desatendieron justamente los segmentos en los que las condiciones laborales eran peores y donde más se les hubiese echado en falta. Efectivamente salvo casos excepcionales, los sindicatos mostraban su fuerza en los ámbitos industriales, donde siempre, y en las Administraciones Públicas, precisamente donde las condiciones laborales, la negociación y la afiliación eran mejores.

La crítica feroz a su institucionalización olvida que en su momento los sindicatos asumieron públicamente la responsabilidad de representar a todos los trabajadores, afiliados o no, y que esa responsabilidad casi «de Estado» era lo que justificó que se les diera un tratamiento de entidades de interés público ya que se les consideró instrumentos básicos de la economía en un sistema democrático. Esa función se puso de manifiesto en el Estatuto de los Trabajadores, en buena parte de la legislación laboral y en los acuerdos socioeconómicos generales del país, que contaron con la colaboración de los grandes sindicatos «institucionalizados».

Como ya hay columnistas de sobra para criticar éstos y otros defectos conocidos de nuestros sindicatos no me extenderé sobre ellos. Prefiero señalar otras dos equivocaciones evidentes que cometieron las organizaciones sindicales pero que al parecer nadie ve. A saber: La primera es que los sindicatos españoles actuaron en la esperanza de que conseguir buenas condiciones laborales y salariales allí donde podían lograrlo llegaría a crear un estandar que paulatinamente se extendería al resto de los sectores, y que tal vez con tal extensión, lo haría también su afiliación. No fue así. Evidentemente se equivocaron: Allí donde no estaban o no tenían la fuerza suficiente las condiciones de los trabajadores se fueron deteriorando irremisiblemente sin importar lo que pasase en las empresas o sectores en que la acción sindical sí existía. No solo no se produjo ese deseado arrastre sino que las condiciones logradas por los sindicatos se convirtieron en envidiables por parte de una creciente masa de trabajadores excluidos de ellas, y cada vez menos entusiasmados con los que se suponía que eran sus representantes.

La segunda gran equivocación fue que creyeron, como creyó el resto de la sociedad, que ya no existían partidarios de retroceder a sistemas de explotación total, absoluta e inmisericorde de la «mano de obra». Desdeñaron ese peligro que, sin embargo, existía. Sin duda creyeron que todo aquello de las certificaciones de calidad, la mejora continua, la Responsabilidad Social Corporativa, la formación, el I+D+i y demás modas y siglas empresariales apuntaban a un modelo productivo en el que los derechos de los bien formados trabajadores tendrían altibajos pero que ya no retrocederían sustancialmente y que más o menos lentamente se avanzaría de forma natural hacia la práctica universalización de las clases medias.

No fueron capaces de ver que un silencioso pero inmenso sector de la auténtica clase dirigente, como la cabra del refrán, tiraba al monte de la esclavitud, y que ninguna de aquellas «moderneces» de gestión podía vencer el deseo irrenunciable, íntimo y profundo de más beneficios a base de menos salarios o, en una situación «ideal» para ellos, de ninguno.

Obviamente nadie sostenía en voz alta algo tan socialmente reprobable pero lo cierto era que ese otro sindicato partidario del cuenco de arroz y del mendrugo tenía firmes y numerosos partidarios que lo que ahorraban en saliva lo gastaban en hechos. Y que siguen haciéndolo. Solo así se explica que quienes ahora despotrican contra tan horrendos errores sindicales ni mencionen siquiera la existencia de este otro segmento de interés, que gusta de presentar sus deseos no como tales sino como si se tratase de condiciones objetivas, casi naturales.

Es ese mismo sector que se mantuvo agazapado durante los años de bonanza pero que ahora levanta la cabeza orgulloso agitando los informes del FMI, de la OCDE y de las instituciones de la Unión Europea. No lo creíamos pero siempre estuvieron ahí, incómodos, ganando montañas de dinero mediante ingeniería financiera pero inquietos, controlando sus inmensos beneficios desde su aséptico mundo de anotaciones contables, bonus, productos más o menos ficticios pero siempre vinculados al impoluto papel y nunca a la suciedad inherente al trabajo humano en general. Mientras tanto, silenciosos, esperaban su oportunidad ¿quién sabe? tal vez añorando que los niños, tan baratos ellos, puedan un día volver a las minas, como en la Inglaterra de la revolución industrial pero en cualquier caso esperando que toda esa mandanga de los derechos de las personas y de las prósperas clases medias quedase arrumbado por fin como un mal sueño.

Los sindicatos, y lo que no son los sindicatos, se equivocaron al olvidar esto.

Pero siempre es posible aprender y visto el error y sus consecuencias tal vez sería una buena idea que en otros ámbitos fuésemos aprendiendo. En la educación, por ejemplo, es cada día más evidente que detrás de muchas decisiones actuales está un sector deseoso de que los hijos de los trabajadores simplemente no puedan avanzar en su educación y se evite así el peligro de que sus privilegiados hijos se tengan que enfrentar un día en el mercado de los empleos excelentes, no ya con sus compañeros de colegio, sino con los hijos de un contable o de un abogaducho de sus propias empresa o incluso ¡válgame Dios! con los de las asistentas de la familia; ¡hasta ahí podíamos llegar! Ya sé que esto no lo dice nadie ¡faltaría más! pero visto lo ocurrido en materia sociolaboral yo procuraría estar muy atento, no a lo que digan sino a lo que hacen.

Hasta aquí llegó la marea

Ayer compareció el Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, para dar explicaciones sobre el caso de corrupción más grave de todos los que hemos conocido, no solo por su montante económico sino sobre todo por haber implicado directamente a la sede central del primer partido político de España y haberlo hecho durante muchos años.

No voy a competir yo con la inundación de informaciones y valoraciones que hoy llenarán periódicos y emisoras. Porque lo menos importante es si a usted o a mí nos parecieron creíbles las razones del Presidente o si, por el contrario, nos convencieron más los argumentos de la oposición. Lo realmente decisivo de la sesión de ayer es, a mi juicio, si esa cita será o no será capaz de marcar un momento de inflexión en la deteriorada credibilidad de la política española sobre todo ante sus propios ciudadanos pero, a estas alturas, incluso ante la opinión pública internacional.

Sin duda habrá que esperar unos días a que la escandalera mediática remita para que, como decía Machado, podamos pararnos a distinguir las voces de los ecos. Para que demos oportunidad de empezar a decir la verdad con sosiego y sinceridad a los que ahora no podemos escuchar a causa de los gritos y las consignas.

Lo que no es admisible es que la política española siga desplomándose toda ella en la valoración ciudadana. Se equivocan quienes en el PP, apuestan por dejar pasar el temporal pero también se equivocan los que en el PSOE, lo creen su oportunidad para hundir la flota del adversario. Y por supuesto yerran de lleno los pequeños que creen estar a salvo porque a ellos les gritan menos.

Bastante duro es para un país que su Presidente tenga que dar explicaciones sobre acusaciones asombrosamente graves que demasiada gente da por buenas. De forma que, si hemos llegado a este punto, más valdría que la vergüenza cívica que tuvimos que pasar ayer al menos fuera el inicio de una estrategia de regeneración de nuestra política en el que los grandes y los pequeños partidos deberían implicarse. Tenemos derecho a volver a creer que la democracia parlamentaria es el mejor sistema de gobierno y no una simulación interesada. Ayer puede ser el momento perfecto para empezar. Va a ser tarea difícil pero de otra forma corremos el riesgo de que no solo acabemos con la generación actual de políticos sino que sigamos acumulando ira para acabar también con la siguiente.

Callejeando en Oropesa

Regresando ayer de Extremadura a Madrid hicimos una breve parada en Oropesa, cautivados por su espléndido castillo, que se asoma tentador a la N5 y que es un Parador Nacional. Estuvimos muy poco tiempo en el municipio, el justo para estirar un poco las piernas a lo largo de sus calles. Y precisamente en ellas vi estas placas en las que consta el nombre actual de la calle junto con todos los que tuvo y los años en que se le asignaron. Son marcas de un pueblo con mucha historia, que posiblemente por tener tanta, la valora y no la niega.

Alguien ha sabido que la vida da vueltas, a veces para bien y otras no. Que lo de hoy, puede ser distinto mañana. Tal vez lo haya aprendido mirando la autopista actual desde los mismos muros que en otro tiempo vieron llegar por esos campos a tropas portadoras de odio y muerte o en algún momento al mismo virrey del Perú, natural del lugar.

Para un vasco, como yo, acostumbrado a ver cómo en mi tierra a cada momento la historia se pretende negar, tergiversar y retorcer para hacerla encajar como sea con los deseos y argumentos del poder, ver estas placas en las esquinas de las calles primero me sorprendió y después me pareció un acto de sabiduría y respeto de un pueblo por sí mismo. Precisamente lo que a veces no encuentro en el mío.

Ordalías políticas

La ordalía fue un método judicial utilizado en la Edad Media para determinar sin género de dudas la inocencia o culpabilidad de un acusado. Se le llamaba también Juicio de Dios. Se realizaba en las iglesias y básicamente consistía en someter al acusado a alguna especie de tortura con agua o fuego de la que, si salía indemne o poco dañado, se desprendía que Dios estaba inequívocamente de su parte, quedando así demostrada su inocencia.

La pregunta ¿pondría usted la mano en el fuego?, tan usada ahora en ruedas de prensa y entrevistas, proviene precisamente de aquella antigua costumbre ya que era común que el acusado tuviera que meter la mano en braseros ardientes o sujetar con la mano hierros al rojo durante un tiempo establecido de forma que si se le producían quemaduras su culpabilidad quedaba clara, al demostrar Dios que no acudía, milagroso, en su rescate.

Estos días hemos sabido que el otrora poderoso Pepe Blanco ha salido de todas las acusaciones que se le hicieron. No es solo que fuera inocente, es que las imputaciones eran falsas y, en consecuencia, se ha sobreseído el caso. Él y sus amigos han mostrado su alivio pero da lo mismo. Pocos van a aceptar ese resultado. La mayoría preferirá dudar de la sentencia y mantener para siempre el infamante “si lo sabré yo”. Muchos medios de comunicación se refieren ahora a su absolución en minúsculas columnas en comparación con los generosos espacios que dedicaron a las denuncias, pero aun así aprovechan para recordar punto por punto todas y cada una de las acusaciones a ver si tan abrumadora enumeración de faltas sepulta la incómoda palabra “inocente” que ningún político parece merecer, menos aún si resulta antipático, como le pasa a Blanco.

Como imagino a usted dotado de cordura y criterio moral para valorar estas dos formas de juicio, me ahorro cualquier consideración ética, pero sí señalaré que tantos autos de fe y tantas hogueras justicieras probablemente tengan consecuencias contrarias a las que se dice pretender. Decimos querer que a la política vengan gentes limpias, honestas y profesionales que sustituyan a las actuales pero dejamos bien claro a continuación que siempre los mantendremos sometidos a sospecha y que ni la demostración judicial de su inocencia les salvará de nuestra fiereza. Condiciones, a mi parecer, extraordinariamente disuasorias para esa supuesta gente honrada que queremos que entre, por fin, en política y que a la vista de lo que pasa se lo pensarán dos, tres y mil veces.
¿Sostendría usted un hierro candente para demostrar su propia inocencia? Yo, desde luego que no.

Publicado en Danok Bizkaia el 24 de julio de 2013

NOTA: Este texto hube de enviarlo al periódico varios días antes de su publicación, por lo que no podía saber entonces que en pocas horas el Tribunal Supremo revisaría los delitos a los que fueron condenados Jaume Matas y Antonio Alemany, anulando algunas figuras delictivas que se les habían aplicado y confirmando otras. Como consecuencia las penas se han rebajado sustancialmente de forma que el ex-presidente de Baleares probablemente no ingresará en la cárcel. El resultado ha vuelto a ser que la opinión pública arde en indignación contra la Administración de Justicia y nadie da por buena una sentencia que «perdona» a los que la sociedad ya había juzgado y condenado y a la que no le gusta que le contradigan.


Aquí ya escribí en su momento sobre esto
Y aquí también.

Apetito y obstinación

Foto EP

José Ángel Gurría es un economista y diplomático mexicano de trato campechano y verbo ingenioso. Fue ministro de Hacienda de su país y actualmente ocupa el cargo de Secretario General de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico). En noviembre del año pasado estuvo en España para apoyar apasionadamente las medidas de empobrecimiento impulsadas por Europa y por el Gobierno de España. Dijo entonces que la supresión de derechos de los trabajadores que venía con la reforma laboral tenía por objeto estimular en las empresas el “apetito por contratar”. Eso dijo.

La OCDE está formada por los 34 países del mundo más desarrollados (en cuanto a la economía, se entiende) y entre todos ellos atesoran la friolera de 48 millones de parados. Todo un festín para saciar el supuesto “apetito” empresarial por contratar.

Pues resulta que el mismo Gurría nos dice esta semana que su organización está muy satisfecha con la reforma laboral que se han hecho en España pero que le preocupan los efectos de la amarga quina que nos están haciendo tragar. Está visto que lejos de darles a los empresarios muchas ganas de comerrrrrr, el brebaje de la miseria los mantiene por completo “inapetentes” a la contratación.

Se queja el simpático mexicano diciendo que los efectos dramáticos de su propuesta se mantienen “obstinados”. Atento el lector o lectora al fabuloso subterfugio dialéctico: Para el secretario de la OCDE los obstinados no son los economistas como él, que se empeñan en su terapia de más pobreza y menos derechos sino que los obstinados son los efectos de ese veneno, que se empeñan en no darle la razón.

Los mismos que recomendaron facilitar el despido se manifiestan preocupadísimos ahora por el “alarmante” paro. Pocos meses después de despotricar contra lo que consideran excesivos subsidios a los parados, se descuelgan ahora con que es posible que “una parte del desempleo cíclico se convierta en estructural” (o sea ya para siempre) y que tal vez haya que pensar en algún dinero para que esos parados coman.

Pero lo más indignante es que la misma persona, con las mismas propuestas, constata hoy que ha pasado exactamente lo contrario de lo que hace 7 meses pronosticaba y se queda tan ancho, echándole la culpa a lo terca que se muestra la realidad. De verdad que viendo cómo hace bromas y se ríe a mí se me quita el apetito.

Publicado en Danok Bizkaia el 19 de julio de 2013

¿Soplando la nueva burbuja?

El Roto

En cuanto asomaron las orejas de la crisis una de las primeras preocupaciones de la gente fue la posible pérdida del valor de los pisos. En efecto, la vivienda se nos había presentado siempre como el no va más de la seguridad. Lo que nos iba a garantizar el futuro, el refugio inamovible y eterno. Virtudes todas ellas tan milagrosas que hacían al ladrillo merecedor de cualquier precio delirante que pagáramos por él. Parecía que cuanto más debiéramos, más ricos seríamos. En verdad que aquello sonaba raro y al fin resultó además de raro, falso.

El pinchazo de la burbuja no solo ha corregido los precios a la baja sino que, lo que es peor, ha dinamitado aquella seguridad y ahora vemos que el que creímos bunker de nuestra tranquilidad tenía las paredes de papel. Desde 2007 los precios han descendido aproximadamente un 37% y no faltan expertos que apuntan a que puedan bajar otro 30% más durante los próximos cinco años. Sabemos que esos datos globales no pueden aplicarse a todos los casos y también sabemos que las profecías de los expertos son siempre mucho más atinadas cuando explican lo ya sucedido que cuando se refieren al futuro.

Pero puesto que ahora es posible encontrar precios más bajos es lógico que muchos aprovechen para comprar casa. Cuando algún listo señala que no conviene hacerlo porque aún bajarán más me gusta recordarle que la mayoría de la gente necesita pisos para vivir en ellos, actividad que, por extraña que les parezca a los especuladores, no solo es perfectamente legítima sino también bastante más honesta que la de ellos.

Sin embargo sí que hay un peligro cierto y son los intereses vinculados al por ahora bajísimo Euribor (0,53%) que hoy hacen asumibles los Euribor+3,4, Euribor+4 ó + 5 pero que podrían acabar en un nuevo drama colectivo si el valor de este referente subiese, cosa que no resulta para nada impensable en todos los largos años de vida de un crédito hipotecario.

“Si quieres obtener resultados diferentes, no hagas siempre lo mismo”, dicen que dijo Einstein” así que convendría que no siguiéramos creyendo que cualquier esfuerzo está justificado cuando de un piso se trata, no sea que volvamos a crearnos una nueva ola de problemas cuando todavía no hemos sacado la cabeza de la que aún nos ahoga.

Las hemorroides y el diseño

Ciertamente no es lo mismo realizar una operación quirúrgica que un cartel de fiestas. Si no hay detrás un especialista el fracaso está garantizado en el quirófano, mientras que es perfectamente posible acertar con un cartel una vez, o dos…tal vez incluso alguna más.

En mi ciudad hace ya muchos años que se hace un concurso abierto a quien quiera para realizar el cartel de las fiestas. Un jurado de concejales y personajes populares establece el ganador, después de atender también la opinión de la gente de la calle que quiera participar

De ese modo, la elección del cartel de la Semana Grande/Aste Nagusia es en sí misma la primera actividad de unas fiestas que lo que más desean es ser populares.

Con objeto de contentar a tan distinguido público con sus propuestas los artistas que optan al premio se atienen estrictos a los tópicos y a las imágenes más tradicionales, que les reportarán el autorreconocimiento y la simpatía del público entregado a las costumbres festivas y les harán vencer en esa amable competición de ingenio.

Resulta todo tan entrañable que cuesta a estas alturas poner alguna pega. Sin embargo, como es imposible que la flauta suene por casualidad un año y otro y otro y otro más, no nos queda sino aceptar que la calidad de los trabajos va decayendo y esta vez alguien ha querido señalarlo también con cierto humor. Este es el vídeo que corre por ahí que expresamente hace constar que no pretenden mofarse del vencedor sino el propio sistema de elección del cartel.Yo también me he reído un buen rato del vídeo.


Pringaos

Asiento de Aeroflot donde no viajó
Edward Snowden Foto Ap
Menuda se ha liado con la filtración de Edward Snowden de que el Gobierno de los Estados Unidos ha estado espiando sistemáticamente al menos a 38 embajadas, incluidas las dos que tiene la Unión Europea en la ONU y ante Washington, en la que parece que incluso instalaron un artilugio que les replicaba los faxes diplomáticos.

Acosado ahora por el país para el que trabajaba, el escurridizo Snowden ha pedido asilo político a Islandia, Ecuador, Rusia, China, Austria, Bolivia, Brasil, Cuba, Finlandia, Francia, Alemania, Italia, Irlanda, Holanda, Nicaragua, Noruega, Polonia, Suiza, Venezuela e incluso España. Vamos, que más o menos ha hecho lo mismo que hacen los parados españoles con sus currículos. Y también como ellos, queda a la espera de lograr alguna entrevista.

Si bien los ciudadanos en general contemplamos con cierta sorna el hecho de que a los americanos les crezcan tantos espías cotillas que luego lo van contando todo por ahí, no han reaccionado igual los Gobiernos de los países espiados que, sin pizca de humor, han mostrado su indignación por que un gobierno que se dice amigo se empeñe en poner ojos en todas las cerraduras de sus aliados. Francia y Alemania han protestado con especial irritación, amenazando con paralizar el acuerdo de buen rollo comercial que está previsto iniciar este mismo lunes.

Tanto reproche ha sorprendido a los americanos que han respondido como esos conductores que alegan: “si todo el mundo lo hace” al ser sorprendidos en falta. Dicen los subordinados de Obama que “cualquier servicio de inteligencia recoge información” y al parecer sin establecer distinción entre amigos y enemigos. Lo único que les importa es que esos países dispongan de información útil como la que debían tener México, India, Japón, Corea del Sur, Turquía e incluso Francia, Italia o Grecia, todos ellos metódicamente espiados incluso los que son miembros de la aliadísima y amiguísima Unión Europea.

No ocurrió lo mismo con la embajada española que, según consta en las filtraciones, no mereció interés alguno por parte de los espías americanos. Visto el nulo respeto que demostraron ante países de toda condición, fueran grandes o pequeños, poderosos o débiles, aliados o no, solo me queda pensar que en la lista de los lugares donde se cuecen las cosas que puedan valer la pena no estamos nosotros. Si no estamos en la de los enemigos de los que protegerse ni tampoco en la de los amigos a vigilar ¿en qué lista estamos?

Publicado en Danok Bizkaia el 5 de julio de 2013

Mandela

Nelson Mandela en estado crítico. No sé lo que pasará desde que yo escribo estas líneas hasta día en que sean publicadas*. En todo caso será un buen momento para reconocer a quien tal vez sea el último gran líder mundial del siglo XX. Mandela no será reconocido por su victoria política, ni por sus métodos antes de entrar en prisión sino porque pudiendo odiar y sobrándole razones para hacerlo, escogió con plena libertad personal renunciar a ese odio.

Los humanos nos hacemos distintos de otros seres precisamente cuando no nos dejamos llevar y cuando somos capaces de escoger nuestro propio camino, de vencernos a nosotros mismos cada cual en su propia intimidad. Imponernos a nuestro miedo y a nuestra ira, que viven en lo más hondo de nosotros, es nuestra mayor victoria. La misma que Nelson Mandela conquistó primero para sí y después para su país. Supongo que en este momento es muy difícil, acaso imposible, encontrar un líder que sea capaz de caminar delante de su gente sin darse la vuelta a cada instante para contar cuántos le siguen.

Empieza el verano, se supone, y será una buena ocasión para que lea usted “El Factor Humano” del periodista John Carlin. Es un relato de la vida de Mandela, de sus sufrimientos, de su evolución y de su madurez como líder. Si lo prefiere también puede ver la magnífica “Invictus” dirigida por Clint Eastwood y con Norman Freeman de protagonista. Seguro que la vuelven a poner pronto. Le recomiendo encarecidamente ambas cosas. Si no las conoce le sorprenderán y, en todo caso, le harán mejor persona de lo que ya es.

Esta es siempre una columna sin pretensiones, si acaso la de entretener y ayudar a ver la actualidad desde una ventana pequeña pero diferente a lo que se lee o se escucha por todos lados. Siempre hay otros puntos de vista y buscarlos, además de una buena gimnasia mental, puede ser divertido.

Pero cuando estamos frente a alguien, como Nelson Mandela, que al precio de su vida nos pone delante de nuestros ojos las verdades más profundas y los sentimientos colectivos más valiosos de la especie humana, el ingenio tiene que apartarse y dejar paso a una corriente profunda de sentimiento que mana de mucho más adentro, que no entiende de culturas ni de razas y que traemos de serie todos. Es la admiración por los hombres no santos pero verdaderamente libres y honestos. Un sentimiento en el que todos los seres humanos somos, por supuesto, iguales.

* Publicado en Danok Bizkaia el 28 de junio de 2013