Auguro que vendrán los liberales, cual torna la cigüeña al campanario

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Antonio Machado
El secretario de Economía del PP, Daniel Lacalle, un destacado economista liberal, respondió el pasado 17 de marzo con gran agilidad y presteza a las primeras medidas económicas del Gobierno, diciendo que las decisiones de apoyo a los ERTES, los 200.000 millones previstos para ayudas y las demás decisiones solo eran «gasto y pequeños parches», y que olvidaban a los autónomos. No ha vuelto a hablar.

Ignoro si le mandaron callar o calló él sólo, espantado ante las exigencias intervencionistas de su partido que han venido después y en las que reclama cada día más dinero, más gasto público y más ayudas económicas para todos, especialmente para nosotros, los autónomos. El PP exige, además, que todo ese gasto adicional vaya acompañado, faltaría más, de la supresión de casi todos los impuestos. No me extraña que, siendo Lacalle economista, se mantenga en silencio.

En España, por cierto, hemos descubierto que apenas hay empresas, ni trabajadores, que solo estamos los autónomos. Bueno, nosotros y esa pobre clase media que gana más de 140.000 euros al año, con la que compartimos a medias el odio fiscal que a ambos colectivos nos tiene este Gobierno.

Los autónomos nos hemos convertido en la excusa para criticar cualquier decisión económica


Los autónomos nos hemos convertido en la excusa inapelable para criticar cualquier decisión económica que pueda tomarse. Estando nosotros ahí -sufrientes- ¿cómo es posible que alguien hable de otra cosa? Si una decisión no nos beneficia ¿para qué sirve, entonces? Los autónomos somos los nuevos menesterosos a proteger, como aquellos niños desvalidos de vientres hinchados y piernas famélicas o como los chinitos para los que se recogía papel de plata en mi infancia. Papel con el que, por cierto, los chinos adultos de hoy envuelven las mascarillas que nos venden al precio de la plata misma, tal y como establece la muy liberal ley de la oferta y la demanda que el Partido Comunista Chino ha adoptado con la fruición del converso.

Dicen, y dicen bien, que toda esta crisis pasará y seguro que así va a ser, pero de lo que no estoy tan convencido es de que con su final vayan a venir todos esos cambios estupendos que se anuncian. Quizás porque recuerdo todavía las declaraciones que en plena crisis de 2008 se hacían por parte de los más altos y prestigiosos pensadores de la economía de que todo iba a cambiar y que aquello iba a ser la refundación del capitalismo. Por supuesto que nada de eso pasó, la prioridad siguieron siendo los beneficios al precio que fuese (sobre todo porque ese precio siempre lo pagan otros) y la globalización trajo un nuevo capitalismo que recordaba vivamente al de siempre. Lo que sí se vino abajo fueron los derechos laborales y las empresas que en lugar de hacer enjuagues financieros por el mundo global, se dedicaban a producir bienes tangibles y otras horteradas parecidas. A quién se le ocurre perder el tiempo y el dinero fabricando mascarillas o respiradores ¡alma de Dios!

Estamos ante una situación excepcional que ha puesto en evidencia los límites de un hiperliberalismo mundial que ha descapitalizado a las sociedades hasta de lo más básico para su propia salud y que ha fragilizado las cadenas de suministro, ahora dependientes de países lejanos, imprevisibles, incontrolables pero, eso sí, baratos.

Volveremos a escuchar que la sanidad pública es un derroche y que las ayudas crean pobres


Cuando todo esto pase volverán los liberales, lo harán sin pudor, con la naturalidad de las cigüeñas, como pronosticaba el hombre del casino provinciano de Antonio Machado. Volveremos a escuchar que la sanidad pública es un derroche, que las ayudas a la dependencia crean pobres, que la libre competencia es mano de santo (siempre que cuente con la ayuda de algún plan renove o de algún rescate público -qué menos-) y que el dinero donde mejor está no es en los hospitales públicos sino en el bolsillo de los ciudadanos, siempre que estos no sean policías ni guardias, ni médicos, ni auxiliares, ni enfermeros, ni gerocultores, ni basureros, ni camioneros, ni riders, ni siquiera investigadores universitarios. Que el dinero debe estar en los bolsillos de las clases medias, de las de a 140.000 euros anuales, para arriba, que es la verdadera gente que cuenta. Todo eso llegará cuando dejemos de aplaudir en los balcones, seguro. No le quepa duda.
Debo confesar que mientras tecleaba el texto me invadía un cierto desasosiego porque tengo un gran aprecio por los liberales de verdad (conozco pocos, pero sí algunos) a los que respeto incomparablemente más que a los conservadores que les han parasitado el nombre al carecer ellos de ideología propia que enseñar. Por eso nunca utilizo el término neoliberal, porque quienes así se hacen llamar habitualmente no son más que conservadores malamente embozados, que odian toda libertad que no sea la del dinero, y ni siquiera la de todo el dinero sino solo la del suyo propio para el que reclaman siempre el apoyo del Estado. Pero eso da para otro artículo.


Maldito seas hoy por hacer lo que ayer te exigí

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Las 4 dificultades de la derecha española para posicionarse respecto al coronavirus




Uno de los memes más inteligentes de los cientos que he recibido durante mi encierro es uno que se preguntaba: “Cómo hemos llegado a esta situación en España teniendo 47 millones de especialistas en pandemias”.

En mitad de la innegable y seguramente inevitable improvisación con la que el Gobierno de España está afrontando los primeros y más urgentes problemas del Covid-19, las opiniones no científicas procuran ganar notoriedad compitiendo en rotundidad y en indignación, ya que no pueden hacerlo apoyándose en datos y conocimiento. Tampoco importa tanto, la verdad; ahora la prioridad es estar en el candelero y en las redes y para ello es preciso mantener viva la crítica, apoyándose en lo que sea. Todo vale para alimentar y alimentarse de la natural reacción, mezcla de enfado y miedo, que todos compartimos.

Tanta pasión por presentarse públicamente a grandes voces como expertos tiene, no obstante, cierto peligro. Porque la situación evoluciona con asombrosa rapidez y para mantener la tensión y el protagonismo justiciero es preciso a veces indignarse hoy exactamente por lo mismo que ayer exigíamos. Así vemos con asombro que en los reproches públicos sobre el coronavirus lo que se tildaba de insuficiente y lento pasa a ser excesivo y precipitado en el momento mismo en que se corrige.

Quienes antes del 15 de marzo reprochaban la tardanza del Gobierno en hacerse con el mando único de la sanidad en toda España para evitar así el aparente horror de las 18 sanidades diferentes (17 autonómicas y una militar) critican ahora que no se deje actuar por su cuenta a las comunidades autónomas, alegando, con cierta razón y sin pizca de memoria, que aquellas tenían estructuras más ágiles para la compra de material sanitario, acostumbradas como estaban a hacerlo durante décadas, al contrario que el Gobierno de la Nación, que se estrena ahora.

El pasado 23 de marzo el presidente de Murcia, el popular Fernando López Miras, exigía el cierre total de todas las actividades económicas no esenciales en su comunidad autónoma para frenar la expansión del coronavirus. El Gobierno de Sánchez lo desautorizó, pero su líder nacional, Pablo Casado, lo apoyó lealmente diciendo que se trataba de una petición “sensata”, recalcando que en esta crisis era mejor que se «peque por exceso» porque «es mejor prevenir que tener que curar». Ahora que el Gobierno de Sánchez ha hecho justamente eso tan “sensato”, Casado ha mostrado su indignación y ha manifestado que votará en contra de la convalidación de este Decreto porque paralizar el país tendrá un impacto enorme sobre las empresas. Incluso ha manifestado su sospecha de que se trate de una estrategia bolivariana de nacionalización del tejido productivo.

La verdad es que a la derecha española se la ve estos días particularmente inquieta. Es consciente de que está ante una oportunidad insuperable para cargarse de razones con las que criticar y, en su caso, echar a Sánchez del Gobierno, pero, precisamente por su enormidad, el problema de la pandemia es muy difícil de manejar políticamente. El PP tiene que enfrentarse, entre otros, a estos 4 incómodos obstáculos.

1.- Respecto al discurso, ha de encontrar un difícil equilibrio entre la denuncia mas dura posible contra la que sería ineptitud gubernamental y presentarse como los que sí sabrían qué hacer, pero evitando que tal actitud se perciba como antipatriótica en momentos tan duros. Arriesgar el valor del patriotismo, que nuestra derecha siente como algo tan propio y exclusivo sería impensable.

2.- Otra dificultad tiene que ver con la escasez de oportunidades. Con las Cortes cerradas y los medios atentos a la dichosa curva, la derecha ha de buscar otras ventanas desde las que pueda reprochar visiblemente al Gobierno. De momento hace ruedas de prensa pseudo-gubernamentales y cuenta con la prensa más entregada. Lo malo es que ahí encuentra poco hueco y solo el de los ya muy entregados a la causa, mientras la mayoría estamos preocupados por las cosas de verdad.

3.- Luego está la competencia entre las derechas. Con la particularidad de que Vox gana y ganará siempre al PP la carrera de la ira porque no ha que cargar con el peso de que lo que diga tenga que ser cierto. Le basta con que suene radical, como lo son son las últimas ideas de ceder el poder a los militares o la de que suprimiendo las autonomías sobraría dinero para pagarnos a todos la nómina que no vayamos a cobrar. Una propuesta sin duda invencible.

4.- La cuarta dificultad es la prisa. La idea de que tenemos un Gobierno inútil necesita instalarse firme y rápidamente, no sea que otros países se vean pronto en la misma o parecida situación que España e Italia y que lo que ahora puede pasar por torpeza e improvisación hispanas se empiece a ver como afortunada y prudente anticipación ante lo que se venía.

La crítica al poder es estupenda porque nos salva de cualquier responsabilidad. Siempre es culpable el otro y, como todo el mundo sabe, encontrado el culpable, se acabo la rabia, o el coronavirus, que es más o menos lo mismo a estos efectos. Lo malo de hacer apuestas tan ruidosas es que la gente no es tonta, la sociedad también evoluciona y va integrando nuevos conceptos, entre ellos el del “cuñao”, que es el que antiguamente llamábamos el “enterao”, solo que el de ahora es más engreído, insistente y sin una gota del poquito prestigio que aún atesoraba el viejo mote.

Telepresentismo

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El coronavirus nos ha obligado a hacer de la necesidad virtud y muchos hemos descubierto por fin lo que siempre sospechamos, que en la oficina no hacíamos cosas demasiado diferentes de las que hacemos estos días en casa: los documentos que hoy pasamos por correo al domicilio del compañero antes los pasábamos exactamente del mismo modo a su mesa, situada, eso sí, a menos de 2 metros de la nuestra. Las largas, innecesarias y a menudo inútiles reuniones presenciales de antaño las hemos sustituido ahora por largas, innecesarias y a menudo inútiles videollamadas, si acaso algo más largas incluso, aprovechando que todo el mundo está en casa sin excusa de tener que salir.

Peor aún; esa misma disponibilidad a la fuerza ha estimulado que el horario de tales telereuniones se relaje y puedan convocarse en cualquier momento casi sin previo aviso: “¿Qué otra cosa vas a hacer, si estás tan ricamente en casa?” parecen pensar algunos mientras que otros lo dicen claramente casi con esas mismas palabras.

Muchas empresas han tragado la quina del teletrabajo, pero se les nota el esfuerzo.

Al fin muchas empresas han tenido que aceptar a la fuerza lo que nunca quisieron, que sus empleados pudieran trabajar a distancia. Han tragado la quina del teletrabajo, pero se les nota el esfuerzo. Son de ver algunas notificaciones recibidas de sus compañías por personas que conozco en las que, al informar de la obligación de teletrabajar en lo que se extendían no era en absoluto en describir los nuevos sistemas, métodos o formas de operar que fuesen a implantarse ahora sino en insistir expresamente en la obligación de cumplir el horario, a veces con alusiones indirectas tan torpes que devenían en directísimas sobre la dedicación exigida y la necesidad de no confundir esta situación con unas vacaciones.

El virus no nos ha cambiado tanto. Por encima de todo siguen sin estar los resultados, pero sí el presentismo, aunque sea a distancia, y por debajo se mantiene invencible la corriente de una sorda desconfianza en las personas que simplemente ahora se nota más.

Pierde el tiempo aquí, en tu mesa y en tu horario

Cuando todo esto acabe veremos si el teletrabajo se instala como una posibilidad real y se buscan herramientas para hacerlo más útil y productivo o si, por el contrario, esta experiencia sirve para que las empresas desconfiadas se enroquen en su posición y se refuercen en su prejuicio de que si se pierde el tiempo, piérdelo aquí, en tu mesa y en tu horario.

Cuando en Euskadi faltó el aire

Después del asesinato de Fernando Buesa y de Jorge Díaz Elorza vinieron otros muchos, 53 en total, pero aquel atentado puso de manifiesto algo especialmente horrible: la división que entonces pareció irreparable de la sociedad vasca.

A los amigos de las grandes palabras, de manifestaciones de santa indignación por casi cualquier chorrada les convendría recordar que la exageración de la mística nacional lleva a caminos muy oscuros.

En mi artículo de Vozpópuli de esta semana, que por cierto será el último que publique, me asombro de la crispación y la vehemencia con la que parece que se nos presenta la inminencia del fin de la nación cuando lo que se está discutiendo en una España en paz es sobre reformas laborales, déficits presupuestarios, eutanasia o relaciones diplomáticas. Puedes leerlo entero aquí.

El Gobierno dirigirá al PSOE y a Podemos

El Gobierno ha decidido hacerse con la dirección de los partidos que lo sustentan para que estos puedan cumplir el papel que les corresponde como claque bien entrenada.

El partido que se dijo heredero de aquel 15 M asambleario y lleno de círculos se asienta como un círculo único y perfecto con un centro inamovible que es el vicepresidente del Gobierno.

Sánchez también recolocará a algunos cargos. Como si se tratase de un Real Decreto Ley hacia el partido, tales cambios quedarán validados a toro pasado sin ninguna duda.

Lla democracia burguesa, individualista, participativa, enredadora y siempre polémica ha sido reemplazada por tres pilares simples y efectivos: la imagen personal de los líderes, una identidad feroz contra “el otro” y un relato corporativo elaborado por profesionales de la comunicación.

En mi artículo de esta semana en Vozpópuli me fijo en cómo el Gobierno va a ocuparse de poner orden en los partidos desde los que espera recibir apoyo militante cada día. Puedes leerlo entero aquí.

Prohibido ser imbécil

En esta ocasión lo que se trata de legislar es el exceso alcohólico y el desmadre, dos conceptos que de toda la vida han ido ligados al puro caos y al descontrol pero que en los últimos años han derivado en una asombrosa oferta turística más.

Si resulta extraño que alguien trate de acotar con leyes y reglamentos el caos, aún es más paradójico que éste se oferte de manera tan organizada.

En mi artículo de esta semana Vozpópuli me fijo en lo extraño que resulta que haya que regular el desmadre y prohibir las estupideces más absurdas por ley y me pregunto si lo verdaderamente peligroso no será la infantilización de la sociedad. Puedes leerlo entero aquí.

Paisaje después del griterío

Para preferir estamos los ciudadanos. Los políticos electos están para decidir, no para preferir. Así que tenemos un gobierno sostenido por la única coalición posible. Extraña, incómoda, seguramente inestable pero -señorías- la única que ustedes han querido que exista. Convendría no olvidar eso.

Se abre ahora una etapa nueva, con un Gobierno débil pero que puede hacerse fuerte  a poco que no se cumplan las tremendas previsiones de los agoreros.

En mi artículo de esta semana en Vozpópuli me fijo en el poco resultado que en política da el mucho ruido y también en la sorpresa que a muchos ha causado que Sánchez haya captado más talento para su Gobierno del que sus adversarios esperaban. Puedes leerlo entero aquí.

El peligro de equivocarse de enemigo

La inmensa bronca en torno a la abstención de los independentistas ha resultado tan cegadora que nos ha impedido ver que el verdadero y profundo problema que tienen los grandes partidos nacionales es su incapacidad para distinguir a sus adversarios de sus enemigos.

Tan humanos son los socialistas que se animan con la “frescura y novedad” de las propuestas podemitas como lo son los conservadores a los que enardece la pasión nacionalista de Vox. Tan humanos como errados ambos.

Reanudo la publicación de mis artículos semanales con una reflexión sobre el peligro de no ver que el espectáculo político es el ecosistema ideal del populismo, no de la democracia. Puedes leerlo entero aquí.

Henchida la Tierra, ¿ahora qué?

Por supuesto que estamos modificando las condiciones del planeta. Llevamos milenios haciéndolo, pero nunca imaginamos que el inabarcable y amenazador planeta un día se nos quedaría pequeño y tendríamos que esforzarnos en no romperlo más.

Por ahora lo que es seguro es que la instrucción bíblica de henchid la Tierra ya la hemos completado. Ahora toca pensar en qué hace la humanidad a partir de este punto y eso es mucho recado para despacharlo en unas cuantas conferencias internacionales.

En mi artículo de esta semana en Vozpópuli recuerdo que nuestra agresividad contra el entorno natural no es una cosa nueva sino que es algo que los seres humanos llevamos haciendo desde el principio de nuestra existencia. Puedes leerlo entero aquí.

Yo mismo soy plurinacional

No sé España, pero desde luego yo soy muy plurinacional y mucho plurinacional. No tengo que sentirme vasco; soy vasco. No necesito hacer, pensar o sentir nada concreto para serlo, del mismo modo que no tengo que esforzarme por ser español. Simplemente lo soy.

La absurda idea de que para ser una cosa hay que renunciar a ser otra es un delirio que me resulta ajeno,

Me gusta realmente ser ciudadano de esas tres patrias cívicas, España, Euskadi y Europa, pero no acepto que ninguna de ellas pretenda dictarme cuáles deben ser mis sentimientos.

En mi artículo de esta semana en Vozpópuli hablo de la diferencia entre la nación cívica y la personal. Puedes leerlo entero aquí.