¿A quién le importa EiTB?

De todas las instituciones que Euskadi ha ido creando a lo largo de las tres décadas transcurridas desde que los vascos aprobamos nuestro Estatuto de Gernika, la radiotelevisión vasca ha sido, y sigue siendo, una de las más simbólicas. Seguramente es por eso por lo que EiTB fue desde el primer instante blanco de tantas miradas y objeto de tantas expectativas. En año y medio se ha usado tan intensamente a EiTB como termómetro del cambio político que la importancia del termómetro mismo ha pasado a veces a un segundo plano.
Sin embargo EiTB es un patrimonio común que nos importa a muchos:
  • Le importa al Gobierno de Patxi López, que optó por estrenar un comportamiento nuevo en la historia del Ente Público proponiendo como Director General a un profesional sin adscripción partidaria y no, como había sido siempre, a un miembro del partido gobernante.
  • Le importa a la sociedad vasca, que valora un espacio en el que se reconozca a sí misma como sujeto colectivo, que sea un lugar de encuentro y convivencia y que refleje nuestra multifacética realidad.
  • Le importa a los trabajadores y trabajadoras de EiTB, que tienen ahora la primera oportunidad de dedicar sus esfuerzos a diseñar e impulsar una radiotelevisión pública de futuro, moderna, profesional, de calidad y que sea capaz de identificarse con una sociedad tan plural como es la vasca.
  • Le importa mucho al mundo del euskera y a sus hablantes, que con EiTB disponen de una herramienta única e insustituible para la normalización y para el desarrollo de la lengua.
  • Le importa a la cultura vasca, en todas sus manifestaciones, porque nuestra radiotelevisión es una ventana poderosa para su difusión y para su mismo desarrollo.
  • Le importa a la industria audiovisual vasca, dentro de la que EiTB ejerce una función dinamizadora y tractora.
Y nos importa sobre todo a quienes creemos que la libertad de prensa y de creación, que son básicas en cualquier sistema de libertades, no pueden estar solo en manos de los grandes grupos de comunicación privados.
Pero, si todo esto es cierto, también lo es que hay a quienes no les importa lo que le pase a EiTB. Son aquellos que dicen amarla cuando lo único que admiten es poseerla. A estos no les importa lo que le pase ya a la radiotelevisión de los vascos porque, acostumbrados a creerla suya, ven ahora con rabia y con alarma que ya no volverán a poder usarla para tratar de negar la Euskadi real, la de todos, y convertirla en la Euskadi identitaria y estrecha que solo ellos sueñan. A esos ya no les importa EiTB, y por eso la vapulean.
El futuro de EiTB está y estará del lado de aquellos a quienes nos importa el servicio público y no de que quienes pretenden mantenerla como un reducto de poder a la espera de ser reconquistado. Eso está tan claro como que la competencia privada espera ansiosa el botín resultante de la bronca.

Es que la izquierda abertzale «es» ETA

Foto: Ketari.en Nirudia
Que la Izquierda Abertzale ha funcionado siempre al dictado de ETA era algo evidente para todos pero solo ha tenido consecuencias legales cuando lo ha podido demostrar fehacientemente la policía y lo han sancionado los jueces, incluidos los de Estrasburgo. Tales consecuencias han sido su exclusión de la vida democrática y de las elecciones. Pero sobre eso se ha hablado tanto que no tengo nada nuevo que añadir.
La realidad es que la izquierda abertzale es ETA en un sentido mucho más profundo. Tanto que jamás se podrá desapegar del grupo terrorista. ETA es la fuente de la mitología que mantiene unido a un movimiento plural, de fronteras políticas inconcretas, que nadie sabe si es de extrema izquierda o de extrema derecha.
Hay que recordar que esa izquierda abertzale se forma a partir de un variadísimo universo de pequeños grupos independentistas, maoístas, trotskistas, ex carlistas, comunistas de todas sus variantes, internacionalistas, antinucleares, alternativos, antisistema y hasta tradicionalistas del antiguo régimen (no el franquista sino el llamado así por los historiadores), como era Telesforo Monzón.
En aquella ensalada de siglas, residuo de la apertura política que vino con la transición, todos se arrogaban ruidosamente la creación de la sociedad perfecta y feliz, eso sí cada cual según su manual de uso y su propio y exclusivo camino. Y así fue durante años hasta que llegó ETA y mandó a parar.
ETA y nadie más fue quien puso “orden” en aquel barullo y quien suministró la mitología fundacional de lucha revolucionaria-popular-anticolonial-heróica-antifascista-anticapitalista y tralará-tralará que es lo que ha mantenido votando lo mismo a okupas, a directores de sucursal bancaria, a pequeños y no tan pequeños empresarios, a sindicalistas, a tradicionalistas, a cheguevaristas, a ecologistas urbanos con vehículo 4×4, a “turistas revolucionarios” y a un variadísimo abanico de gentes que nada tienen en común salvo la admiración romántica y acrítica por el rebelde, aunque su rebeldía se manifieste asesinando a quien sea más fácil. Una admiración que se hace carne y sentimiento en cuanto se les nombra a los presos, inmolados, junto con sus familiares, en esa locura a la que en su día se subieron alegres y combativos.
Es por eso que la superficialidad política es, para la izquierda abertzale, absolutamente imprescindible. La necesita para mantener cohesionado a todo ese sector sociopolítico que solo existe como tal en la medida en que es tributario de la tutela emocional y política de ETA y que solo tiene significado electoral si renuncia a cualquier tentación de rascar siquiera en las inmensas diferencias que separan a todas las gentes que lo componen. Los dirigentes abertzales saben perfectamente que esto es así, que el sector social al que representan se disolverá, cada cual por su lado, en cuanto falle la única argamasa que los mantiene juntos: ETA.
Pero es absurdo, e inútil, pretender que el perro más inteligente del mundo mantenga unido al rebaño él solo. Necesita del pastor y ETA ha dejado bien claro que, por más que se aleje ahora, piensa seguir siendo ella quien silbe.

Menos mal que es una cerilla

Impresionante imagen de la cabeza de una cerilla ardiendo, seleccionada por el amigo Antonio Martinez Ron, de fogonazos.
La cámara ultralenta modifica asombrosamente el sentido del tiempo y me ha hecho pensar si no estaremos haciendo esto mismo con el planeta en el que vivimos, solo que nuestra percepción del tiempo sería aún muchísimo más lenta que la de esta cámara.
 Espero que no sea tanto, pero da que pensar.

Un programa de auténtica televisión pública

Después del disgusto y de la verguenza humana y profesional de ver cómo CNN+ desaparecía del dial televisivo para dar paso a GH+, nuestra televisión pública vasca nos da una alegría en forma de programa realizado con calidad, interés y ritmo. José A. Perez y Luis Alfonso Gámez, junto con otros colaborares han dado forma a ESCÉPTICOS, algo que espero que tenga un buen recorrido en ETB. Después de la emisión ellos mismos se critican en sus blogs. Es lo que tienen los escépticos, que son la leche.

Si tenéis tiempo, vedlo, son 40 minutos pero pasan sin darse cuenta.

Presiones y frustraciones

Los papeles de Wikileaks siguen aportando más titulares que noticias, aunque no faltan de estas últimas. Cada día se va viendo que los servicios secretos y la red diplomática americana hacen lo que buenamente pueden y opinan más de lo que influyen.
La imagen del Imperio como poseedor de la única información realmente valiosa y sin cuya voluntad no se mueve un papel en el mundo, se va derrumbando a medida que se van desgranando las informaciones.
Cuenta un periódico de esos que el Sr. Assange seleccionó para ser receptores de sus filtraciones que “La Embajada de EE UU en Panamá abogó implacablemente para que la estadounidense Bechtel ganase el concurso de la ampliación del Canal, en el que compitió con las españolas ACS y Sacyr”.
A estas alturas ya no es una sorpresa saber del desapego de la administración americana hacia el sistema de libre empresa cuando la libre empresa es de otro. Pasa a menudo también aquí pero eso es para comentarlo otro día. Lo que me parece más llamativo de la noticia de hoy es que aquella presión que los “cables” de Wikileaks describen como tan intensa tuvo como consecuencia la adjudicación del contrato a la española Sacyr por un importe de 2.350 millones de euros, precisamente a la empresa que los norteamericanos no querían. A juzgar por lo filtrado, la frustración de los diplomáticos de EEUU fue grande y también lo fue su preocupación por “un creciente apogeo de la influencia española en Panamá».
En fin, que cable a cable vamos viendo que el león no es tan fiero como lo pintan y que si bien los intentos de influencia internacional de los EEUU son muchos e intensos, sus éxitos son bastante más escasos.
Parece una buena noticia que se vaya marchitando el gran axioma de un mundo controlado y dirigido desde el despacho oval, pero la sonrisa se me congela un poco cuando pienso que no estoy seguro de qué es lo que lo sustituirá.

A Javier Vizcaíno le traiciona la costumbre

Al columnista de Deia, antes conductor de programas en ETB, se le ha escapado un revelador lapsus linguae en su columna de hoy: A cuenta de la entrevista que ayer le hizo EiTB a Rufi Etxeberría nos llama “chuflistas” a los socialistas vascos porque ayer votamos en el Parlamento contra la sucesión fraudulenta de Batasuna mientras -escribe de nosotros- “solo hacía dos horas que habían dado la bendición mediática a los presuntos sucesores fraudulentos”.
Vizcaíno da por hecho aquello a lo que seguramente estaba acostumbrado de siempre: A que el partido del poder le dijese a EiTB lo que tenía que emitir y lo que no.
El verdadero y profundo cambio que supone la dirección de Alberto Surio es precisamente que ya no pasa nada de eso, sino que es la propia EiTB y no el partido que “manda” quien decide qué información es relevante. Vizcaino nos reprocha a los socialistas la entrevista seguramente porque estaba tan acostumbrado a la injerencia que da por bueno que no sean los periodistas quienes deciden. Las inercias son poderosas.

El PNV mira a EiTB con desazón.

Foto Telepress

El Presidente del PNV ha escrito en su blog cosas que ayudan a entender cómo concibe el PNV la radiotelevisión vasca y cuál es la estrategia que ha desplegado contra ella. El Sr. Urkullu sabe, pero oculta, que la salida del PNV de la dirección de lo que siempre consideró su casa solariega electrónica coincidió más o menos con el despliegue de la TDT. Ustedes sí se acordarán de aquellos anuncios que nos instaban a que comprásemos los decodificadores. Y ya puestos, puede que recuerden también que su televisión ha pasado de tener 6 cadenas a tener 60 o más.
Las cadenas temáticas, que eran una rareza en 2005 con un 7% de share (porcentaje sobre todos los que ven la tele), han alcanzado este mismo mes un 29,3%, que naturalmente solo es posible obtener de la audiencia de las demás.
De ese modo la exitosa TVE1 ha pasado en ese periodo del 20,5% al 14,9% actual y Antena3 ha caído de casi el 25 al 12,2% cediendo el liderazgo a Tele5 que, pese a todo, cae del 21,2 al 13,9%. Las autonómicas han pasado del 16,2 al 11%; ni tan mal. Todas las televisiones cerrarán este año con los peores resultados de su historia, no solo ETB, como pretende hacernos ver el Presidente del PNV en su blog. Los “viejos tiempos” no volverán a ninguna televisión.
En definitiva, que el mundo de la televisión está atravesando dificultades evidentes que nadie niega pero que el PNV quiere presentar como si fuesen exclusivas de EiTB y causadas por la primera dirección no partidista de su historia. En definitiva conflictos: sí, recortes: sin duda, inercias: muchas, errores: por supuesto. Pero de desastres, cataclismos, fiascos, nefastas gestiones y demás catástrofes, nada de nada.
¿A qué viene entonces tanta insistencia en presentar esta tormenta como si fuese el inicio del diluvio universal en EiTB? Pues viene a que el PNV teme que una televisión plural, profesional instalada en la modernidad, consciente de su papel al servicio de la Euskadi real, de la de todos, no tenga ya vuelta atrás, no pueda ser revertida jamás en el poderoso instrumento del imaginario nacionalista que era. Eso es lo que teme y lo que reclama Iñigo Urkullu cuando dice que “ETB debería ser la misma que hace año y medio”, aunque sospecho que lo que quiere es que siguiese siendo para siempre la misma paleotelevisión que ellos manejaban.
No va a ser así. No hay vuelta atrás en un mundo tan dinámico como el audiovisual. EiTB no tiene otra salida que reinventarse en esta nueva etapa que ya está aquí, tiene que saber llegar a públicos diversísimos, que consumen productos audiovisuales al estilo de siempre pero que también los hacen por internet, a la carta o en canales especializados, tiene que estar en plataformas distintas del televisor del salón, como los propios móviles o “tablets”, tiene que seguir creando redes sociales y encontrar su espacio en la calle, en la cultura y en la creación de contenidos de calidad que aporten esa innovación en la que los grupos privados nunca (o casi nunca) arriesgarán. No es sólo una elección complicada, es la única opción. 
Y en ese recorrido tan difícil lo que parece obvio es que no vamos a poder contar con el PNV. Urkullu y los suyos miran a EiTB con indisimulada desazón y no ayudarán sino que pondrán cuantos palos puedan en las ruedas. Lo han demostrado estos días y seguramente van a seguir en lo mismo. Una lástima.
Por cierto, no todo van a ser problemas: Felicidades a Radio Euskadi y a eitb.com, que están que se salen, batiendo records en audiencias y visitas.

WikiLeaks y el Botox de Gadafi

“Esto va a dar para meses y años”. Así se referían esta semana algunos opinadores a las revelaciones que Wikileaks ha destapado suministrando miles de documentos a algunos periódicos “serios” de todo el mundo.
De momento esos “meses” o esos “años” de grandes revelaciones empezaron por las informaciones más cotillas. Parece que quienes han tenido en sus manos tan magro material han considerado que, de entrada, lo más importante eran las fiestas de Berlusconi o la afición del líder libio a aplicarse antiarrugas cuando está en esas jaimas con las que recorre el mundo.
Dicen los responsables de los grandes periódicos que han sido seleccionados por Wikileaks para recibir tan importante información que están revisando cuidadosamente su contenido para valorar con responsabilidad el equilibrio entre interés informativo y seguridad. Me alegro de que así sea porque la información valiosa requiere tiempo y esfuerzo para comprobarla y para aportarle valor.
Sin embargo, o los cotilleos que hemos visto rebotar en todos los medios estaban todos en las primeras páginas de lo filtrado o fueron lo que más gustó a los primeros redactores. Tengo que decir que en las horas siguientes otras revelaciones empiezan a surgir pero también diré que lo hacen con menos fuerza y con impacto más dudoso.
La propia Casa Blanca ha dicho que se trata de opiniones subjetivas, que no representan la posición del Estado norteamericano. Sea esto muy cierto o sea menos cierto, lo innegable es que esas declaraciones introducen grandes dudas sobre si lo publicado es realidad, es opinión o es certificación de los que se intentó y no de lo que se consiguió. Llegados a este punto buena parte de lo que tenemos son grandes titulares imposibles de comprobar o directamente desmentidos.
Eso aparte de las obviedades: Decir que los espías consideraban que el presidente Zapatero es persona “de visión cortoplacista” y que “se supedita a las necesidades electorales” solo certifica que los agentes americanos leían en España los mismos periódicos que leemos todos. La cosa no puede ir más allá, salvo que esta vez queramos atribuir a los servicios de inteligencia americanos el valor de un oráculo infalible. Algo que casa mal con la asentada tradición de nuestro país de pensar que “los americanos no se enteran de nada”.
Lo que me parece más relevante es que un “espía civil” sea quien, a su gusto, provea de información a los periódicos de más prestigio. Algo que debería hacer reflexionar a estos medios, salvo que solo les importe su titular de mañana, que todo podría ser.
Además, que esa “garganta abisal” nos avise ya de que tiene preparadas nuevas revelaciones sobre bancos americanos en forma de miles de documentos de los que nos proveerá en enero me recuerda a El Corte Inglés cuando publicita sus inminentes rebajas ¡qué quieren que les diga!
El gran cambio de nuestro tiempo es que no importa tanto quién tiene la información, porque la realidad es que cualquiera puede acceder a ella (incluso a la clasificada). Hoy lo decisivo es la capacidad inevitablemente humana de discernir lo que es importante de lo banal dentro de montañas de datos. La destreza y la inteligencia para dar valor a la inmensa información accesible en la web o en WikiLeaks o donde sea. De momento lo más notable ha sido el Botox de Gadafi. Veremos hasta dónde se llega en los próximos “meses” y “años”.

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Pugilismo electoral

¿Escogería usted al Consejero Delegado de su empresa mediante un combate de boxeo entre dos candidatos? Yo no, desde luego. No me parece que la habilidad para dar guantazos garantice la idoneidad de quien debe gestionar la complejidad de una empresa.

Cataluña se quedó sin toros hace unos meses y ahora se ha quedado frustrada sin su pelea de gallos electoral entre Mas y Montilla. La Junta electoral, después de horas de debate entre sesudos juristas ha decidido que existía un defecto de forma y ha sacado pañuelo verde a los candidatos, devolviéndolos al corral.

Nunca me han gustado los debates electorales en televisión. Me parece que en ellos la teatralización y la puesta en escena son tan importantes que el mensaje que se supone que se querría transmitir queda arrumbado por el espectáculo. Por consiguiente en los pocos que he podido soportar nunca he oído nada que me pudiera haber iluminado en caso de haber tenido dudas sobre el sentido de mi voto.

Pero lo que más me ha indignado siempre ha sido el descaro indisimulado con que los medios de comunicación han reclamado la celebración de ese pasatiempo que tanta audiencia y tantos titulares les garantiza: Se han llegado a decir desmesuras como que una democracia no lo es del todo si no se producen esos combates mediáticos. Lo han presentado como si fuese un “derecho” de los electores, para no decir que se trata de una jugosa oportunidad de conseguir notoriedad y audiencia. Y, por supuesto, se han valorado los resultados de los mismos como si se tratase de un combate de boxeo: que si fulano ha noqueado a menganito o si aquello que se dijo fue un golpe bajo, o que si la victoria ha sido a los puntos, etc.

Al día siguiente ¡cómo no! se han hecho encuestas en la calle o por internet, ha habido editoriales y comentarios de columnistas a mansalva y algunos medios que se dicen serios han hecho descansar derrotas o victorias sobre lo que se dijo o no se dijo, sobre la cara que se puso y sobre los gestos que se hicieron ante las cámaras.

En fin, no sé si es que hay demasiada afición por lo superficial, demasiada creencia en que la gente en la calle es tonta o sencillamente lo que pasa es que el gusto por los espectáculos de gladiadores está más grabado en nuestras neuronas de lo que creemos.

Peras al olmo o la presión internacional

 
Hemos mamado los estados-nación; nos los inculcaron de niños y no solo nos hicieron aprender aquellos mapas de colores y las capitales del mundo sino que también nos transmitieron todos los tópicos del nacionalismo correspondiente a nuestro propio estado. A mí, por ejemplo, tanto me los transmitieron aquellos nacionalistas añorantes de la “España imperial” que me vacunaron contra toda clase de nacionalismos, pero esa es otra historia.

Los estados–nación surgieron en distintos momentos históricos impulsados por algunas clases dirigentes: El caso más nítido, aunque no el único, es el de la Revolución Francesa; y tuvieron que imponerse a las concepciones sociales, económicas, culturales y lingüísticas que estaban instaladas en de aquel momento del modo en que se hacían las cosas entonces: a lo bestia. La unificación de religión, de leyes, el ejército y la escuela, junto con la imposición de un idioma “patrio”, fueron las principales armas de los nuevos Estados.

Esta tarea dio sus frutos, para mal y para bien (en ese orden) y pretender ahora que en pocas décadas y sin aquel adoctrinamiento brutal nos broten hacia Europa las mismas actitudes de cercanía e identificación que tenemos con nuestros correspondientes países es una tarea ilusoria, no por imposible sino por precipitada.

Imaginen ustedes que se presentasen en plena Edad Media a contarle a la gente todo eso de la democracia y de la separación de poderes, del imperio de la ley, del monopolio legítimo de la violencia, de la libertad de pensamiento, de empresa y todos esos conceptos. Simplemente nadie entendería de lo que estaría hablándoles, identificados ellos con la religión verdadera, el diezmo de la Iglesia, el Rey, los vasallos hijosdalgo, el Señor, el feudo, el linaje y la reliquia. Le mirarían a usted como vacas a la carreta (ni siquiera al tren).

A nosotros nos pasa algo parecido, que estamos tan acostumbrados a las estructuras políticas en las que nos hemos desenvuelto durante generaciones que nos cuesta entender que pueda haber otras. Europa es también ahora un proyecto de las clases dirigentes del continente y a los europeos de a pie nos resulta más fácil percibir las imposiciones europeas que sus ventajas. No existe aún un relato de Europa porque es difícil desaprender lo que nos inculcaron desde niños; no olvidemos que las últimas degollinas mundiales se originaron en Europa y en ellas participaron, matando o muriendo, nuestros mismos abuelos.

Y si nos es difícil entender la Unión Europea, para la que incluso votamos cada pocos años, ni les digo lo cuesta arriba que se nos hace lo de las instituciones internacionales:

Cuando la injusticia se extiende ignorante de fronteras, exigimos que la ONU y la UE tengan ese poder que no tienen pero que es el que nosotros entendemos mejor: El poder coercitivo de los Estados. En cada crisis con connotaciones humanitarias brotan las opiniones que reclaman una acción inmediata y, sobre todo, eficaz de las instituciones internacionales.

Y como nuestro marco sigue dominado por el Estado–Nación, celoso de su soberanía y dispuesto a ejercerla dentro de sus propias fronteras, atribuimos irreflexivamente esos mismos poderes a la ONU y a otros organismos aunque, eso sí, entendiéndolos con “cobertura planetaria”. Nos confortan los Cascos azules, porque los asimilamos a una policía mundial aunque sepamos que son en realidad soldados de algún Estado colaborador, como España.

La herramienta milagrosa que se esgrime siempre en estos casos es “la presión internacional” ante la que los estados soberanos se plegarían aterrados. En cuanto un problema irrumpe en nuestra prensa o en nuestras pantallas planas de TV, salta como un resorte la exigencia de esa “presión” a la que concedemos poderes casi milagrosos. Si un conflicto, que puede tener 10, 30 o 600 años de historia, no se ha solucionado en pocos días concluimos que «la Comunidad Internacional no presiona lo suficiente” o que “oscuros intereses bloquean la presión internacional”.

Exigimos que las instituciones internacionales actúen como si fueran de verdad una policía mundial que no son, y las despreciamos tontamente cuando no cumplen nuestras, hoy por hoy, absurdas expectativas. El mundo es muy pero que muy injusto, aunque seguramente menos injusto de lo que lo ha sido nunca a lo largo de su historia. Existen instituciones internacionales que levantan la voz pero que no tienen, ni se lo permitiríamos tampoco, el poder violento y dominador que en algunos momentos les exigimos que tengan.

Pese a todo, la labor de la ONU, de la Unión Europea y de la cooperación pública o privada es, no obstante, enorme. Por mucho que, encerrados en nuestro concepto mental de Estado soberano, nos cueste comprender que a menudo la presión de instituciones que no son depositarias de soberanía alguna no puede ir mucho más allá que “mirar mal” al país infractor y por eso se nos escapa eso tan injusto de “no sirven para nada”.