Para k keremos hunibersitarios?

Puerto Rico. 15 de marzo de 2016

La patronal Confebask ha hecho público un informe muy interesante sobre las necesidades de empleo y cualificaciones de las empresas vascas. Según sus datos, las empresas tienen más necesidad de personas con formación profesional que universitarios, quedando quien no tenga formación alguna en posiciones de absoluta marginación laboral.

Reconozco que los datos no son ninguna novedad. Lleva tiempo hablándose de la diferencia entre lo que los jóvenes estudian y lo que luego el mercado demanda. Según el estudio, de los 25.100 puestos de trabajo que se prevén a lo largo de 2016 en el País Vasco, casi la mitad demandarán una formación de grado medio o superior en FP y sólo el 30% buscarán universitarios (en su inmensa mayoría ingenierías y estudios económico/financieros).

Es fácil deducir, y no falta quien lo hace siempre, que hay que dejarse de mandangas y adaptar la formación a lo que el mercado va a demandar. Una actitud que se presenta, además, con marchamo de certeza y modernidad.

Ciertamente las familias que se han esforzado para que sus hijos tuviesen la mejor formación posible no lo hicieron pensando en el progreso social y cultural de la patria, sino que creían estar invirtiendo en el bienestar de sus vástagos, facilitándoles el ascenso social. Es en ese sector es donde mejor cala la idea de que hay que estudiar lo que se demande. De hecho la desazón de haberse equivocado entra como un cuchillo caliente en la mantequilla o -mejor- como un puñal en la espalda.

Pero la parte más interesante del informe viene de que las “quejas” empresariales no se quedan el aspecto formativo sino que el estudio señala que el 44% de ellas dice tener dificultades para contratar, no por problemas salariales, sino por una deficiencia en la “actitud del demandante” que en un 48% parecen no tener la «disposición o interés» deseable.

Las empresas dicen que los valores más apreciados al contratar son, entre otros, la responsabilidad, la constancia, la confianza y una actitud positiva en el trabajo. Hace pocos días que otro informe, éste del Consejo de la Juventud de España, nos informaba de que con los salarios actuales (que no parecen ser el problema para las empresas), un joven vasco necesitaría ganar un 178% más para comprar un piso y que, como consecuencia, apenas el 18,7% de los menores de 30 años han dejado el hogar de sus padres.

Asombra la dificultad de nuestros empresarios para comprender ambas caras de la moneda: no puede extrañar a nadie que a un joven al que se le ofrece un nivel salarial que excluye cualquier esperanza de abandonar la adolescencia, lo que le falte sea justamente la confianza, la constancia y la actitud que el empresario busca. Que busca pero que no está dispuesto a pagar, claro.

Las empresas se quejan también de la falta de experiencia, cuando lo cierto es que a los jóvenes de eso les sobra: son expertos en contratos temporales, en trabajar como falsos autónomos, en saltar de una empresa a otra, en escuchar eso de que “esto son lentejas”. Es justamente la mucha experiencia de los jóvenes en cómo funciona el mercado laboral que las empresas han creado (y que defienden con fruición) lo que les hace ser fríos y desapegados hacia los deseos de la empresa que les quiera contratar. (El propio informe avisa de que una cuarta parte de los puestos de trabajo de los que habla serán sólo para cubrir bajas y vacaciones).

Los trabajadores temporales y pobres, que es la apuesta nítida y rotunda que ha hecho la patronal vasca y española para ganar competitividad, no necesitan tanta formación, ciertamente, pero suelen tener una actitud poco corporativa e inconstante. Y no vale ahora quejarse.

Pero no quiero terminar sin volver a la cuestión de lo que hace o no falta estudiar. Sin universitarios no hay investigación pura (a lo sumo I+D+i, que no es lo mismo), no hay creación de cosas nuevas, no hay descubrimientos sobre los que hacer negocio en el futuro y no hay invención (si acaso mejora continua, que tampoco es lo mismo).

Cuando se abandona el conocimiento por sí mismo, creyéndolo gasto inútil, comienza el tobogán de la decadencia de una sociedad, que poco a poco, o mucho a mucho, se despeña, empezando por cosas como subtitularle “Magestad” al Rey de España en el Congreso Internacional de la Lengua Española, que un empresario procesado escriba “mi Sicólogo”, “e decidido”, “no e estafado” y “mas solo” o que el propio informe de Confebask tenga varias faltas de ortografía sólo en la página 3.

Recuerdo a Felipe González contando que cuando su Gobierno convirtió la educación básica en un derecho subjetivo para todos, un empresario agrario de su tierra se lo reprochó diciendo: “Y ahora ¿de dónde vamos a sacar los braceros?”. Pues eso mismo, pero con cuadros y estadísticas.

La ley electoral y el efecto Manoteras

Es muy fácil encontrar en toda España conductores bien informados de los graves y habituales problemas de tráfico que se forman en el madrileño nudo de Manoteras. Lo curioso es que muchísimas de esas personas jamás habrán conducido por ese lugar y la mayoría posiblemente tampoco lo hayan hecho en su vida por ninguna carretera de Madrid.

La evidente causa de tal paradoja es la sobrerrepresentación informativa de la capital en los partes de tráfico y en general en los medios de comunicación. Ese “efecto Manoteras”, sin embargo, pasa desapercibido para los madrileños, del mismo modo que los aficionados del Real Madrid y del Barcelona creen sinceramente que la atención de los medios hacia sus equipos es perfectamente lógica, aunque una lesión de uno de sus jugadores estrella pueda contar con más atención mediática que toda la Segunda División junta.

Ni madrileños, ni madridistas, ni culés suelen darse cuenta de la sorda reacción de rechazo y mala leche que suelen producir estos abusos informativos entre las personas que ni circulan por la M30 ni son aficionados de esos equipos.

Viene esto a cuento de la idea (muy madrileña también) de que cambiar la ley electoral para hacerla perfectamente proporcional (1 persona = 1 voto) fuese algo simple y sencillo que, de puro obvio, no requiriese prácticamente discusión, constituyendo una de esas pocas cosas innegables y urgentes que un próximo gobierno tendrá que impulsar, sin duda y con la aquiescencia general.

En medio de esa moda de “calentar y listo” que asola nuestra superficialísima opinión publicada no es raro que esta idea de lo fácil que es cambiar la ley electoral se haya convertido en una más de las muchas tonterías exitosas que padecemos.

Todos los sistemas electorales democráticos se enfrentan a una trilogía de conceptos enfrentados: la proporcionalidad, la territorialidad y la gobernabilidad. Lo que, en definitiva, diferencia las leyes electorales de cada país es la mayor o menor importancia que le dan a cada uno de esos tres conceptos incompatibles. Puesto que lo que se gana de uno habrá de detraerse de los otros, podrá haber cierto equilibrio pero atender a los tres es imposible por definición. Así tenemos sistemas como los anglosajones que dan todos los votos electorales de un territorio a un solo partido, aunque haya ganado por una sola papeleta, o la llamativa gobernabilidad a machetazos griega, que directamente “regala” 50 escaños al partido ganador.

Así que de fácil, nada. La evidente injusticia de que a los partidos nacionales menores les cueste cada escaño muchísimo más que a los grandes o a los territoriales, no sé si se corregiría desdeñando el peso electoral de quienes tienen fuertes representaciones en sus comunidades. 48.000 votos en Álava son, sin duda, tan dignos como 48.000 en toda España pero los primeros significan el 27% del electorado, mientras que los segundos son el 2%. ¿Realmente debe ser lo mismo en cuanto a representación?

Corregir los desequilibrios electorales haciendo que Madrid, Barcelona, Valencia y, muy por detrás, Alicante y Sevilla sean las provincias que manden a la hora de tomar las decisiones, podría hacer muy poca gracia a los ciudadanos de territorios menos poblados que quedarían irreversiblemente sin voz y que verían alejarse cualquier posibilidad de que se dedicasen recursos a su entorno.

El efecto Manoteras, entendido como el rechazo de quienes se sienten colonizados y despreciados por aquellos que se prevalen de su número, puede que sea una buena piedra en el camino de esa modificación electoral que se nos presenta estos días como como algo tan sencillo y fácil.

La cosa será, por el contrario, compleja y difícil como casi todas. Hay estudios sobre el tema como el muy interesante que presentó en 2009 el Grupo de Investigación en Métodos Electorales de la Universidad de Granada. Pero tiene muchos más de 140 caracteres…y así no hay manera.

La última generación de mujeres libres?

Se lo vi escribir muchas veces a mi madre de niño, cuando la
acompañaba a alguna gestión: profesión…“sus labores”. Ese era el término que
comúnmente se utilizaba en los formularios oficiales para las mujeres que no
desempeñaban un trabajo remunerado.
Precisamente bajo aquel “sus labores” se escondía la
definición de las tareas sin valor social y ajenas a cualquier evaluación
económica objetiva.  Al fin y al cabo no
eran más que “sus” labores, un trasunto cortés de “sus obligaciones”.
Por eso durante años el 8 de marzo fue el “Día de la mujer
trabajadora”, porque fue realmente el trabajo remunerado el que abrió a las
mujeres la puerta de su independencia. Fueron sus salarios en metálico los que
las empoderaron. Fue el trabajo reconocido y pagado y no el doméstico, ni el
del campo, ni el de cuidado de las personas, ni todos los otros que hacían
-durísimos- y que se escondían en aquel indefinido y cruel “sus labores”.
Afortunadamente, el 8 de marzo es ya el “Día Internacional de la Mujer” porque
la condición de sujeto de derechos se ha extendido a todas.
Pero la realidad es terca y dura. Hace unos días supimos que
la Encuesta
de Estructura Salarial del Instituto Nacional de Estadística (INE)
refleja que
la brecha salarial entre sexos no solo no disminuye sino que crece. Por
supuesto, no se trata de que las mujeres cobren salarios menores que los
varones en sus mismos puestos, es que la estructura de nuestro mercado de
trabajo ha favorecido claramente la desigualdad y que, estadísticamente, las
mujeres y los hombres no desarrollamos exactamente los mismos trabajos. Que los
empleos a tiempo parcial, peor pagados, son muchísimo más habituales ente
mujeres que entre hombres. Hasta seis veces más habituales.
En Euskadi las mujeres cobran un 25,16% menos que los
varones, y esa diferencia es del 24% en el conjunto de España.
Sorprendentemente el mismo estudio nos informa de que cuando se trata de
contratos fijos las diferencias salariales entre hombres y mujeres no solo no
disminuyen sino que aumentan hasta el 27,15%. Y lo peor es que estas
diferencias lejos de irse eliminando, van creciendo año tras año. ¡Aquí pasa
algo!
Claro que pasa. Pasa que un mercado laboral desalmado, que
ha optado por la ampliación de horarios y la disminución de derechos de sus
trabajadores, está expulsando a quienes quieran compaginar su empleo con, por
ejemplo, el cuidado de los hijos, sean hombres o mujeres. Y pasa que ellas
suelen ser las principales paganas, con gran diferencia.
Desde luego que darle la vuelta a la misma tortilla y que
fuéramos los hombres quienes renunciásemos a nuestras carreras laborales para
que ellas saliesen temprano y no regresaran hasta que los niños estuviesen ya
acostados y apenas verles en toda la semana, podría resultar una buena revancha
pero no creo que mejorase mucho las cosas.
Y pasa también que las mujeres que se han formado cuidadosamente,
a menudo con un aprovechamiento mayor que el de los varones, lógicamente no
están dispuestas a renunciar a sus carreras por las que tanto se esforzaron y,
para poder competir sin impedimentos en ese mercado ciego a todo lo que no sea
el beneficio inmediato, optan por no tener hijos o retrasarlos hasta tener
alguna seguridad de que un embarazo no significará su expulsión inmediata de su
carrera profesional, como saben bien que ocurrirá si empiezan jóvenes.
Lo terrible es que entre esas mujeres están muchas de las mejor
preparadas, las que han sido vanguardia del pensamiento feminista, las que han
impulsado la que sin duda es la revolución más poderosa que ha experimentado la
humanidad en miles de años. Y muchísimas de esas mujeres no van a poder ser
ejemplo para sus hijas, simplemente porque no las tendrán.
Si las condiciones laborales no cambian, y rápido, como ha
cambiado la sociedad, puede pasar que retrocedamos, como tantas veces ha pasado
en la historia, y que nuestras compañeras e hijas sean las últimas generaciones
de mujeres libres. Que en unas pocas décadas volvamos al terrible “sus
labores”. Esa sería una de las consecuencias más demoledoras de la crisis. De
momento parece que vamos mal.

La cal viva y la cara de Errejón

Foto El Español

A Pablo Iglesias ya no le queda más remedio que ganar las elecciones de junio. No digo ganar al PSOE, digo exactamente ganar las elecciones y hacerlo, además, con una mayoría suficiente para que pueda formar gobierno sin contar para nada con los socialistas.

La especulación, tan deseada, de que el partido de Ferraz sufra la misma debacle que el PASOK griego (que de ser hegemónico pasó a contar con 13 escaños y menos de un 5% de los votos) ha dejado de ser ya una ensoñación para convertirse en la única posibilidad de que Pablo Iglesias y los suyos lleguen alguna vez al Gobierno. Y tendrá que ser sin contar con ninguno de esos hipotéticos 13 escaños de un PSOE supuestamente destruido.

Cierto es que ninguna batalla se pierde por un solo traspié, ni los aviones se estrellan por un solo fallo pero siempre hay un error clave, una decisión equivocada, un cagada perfecta, puede que pequeña pero desastrosamente oportuna que, sumada a todo lo demás, decanta el resultado hacia un desastre irreversible. Eso es lo que creo que pasó ayer cuando Iglesias dijo desde su escaño que Felipe González tenía las manos manchadas de cal viva, en alusión a uno de los episodios más negros de la historia reciente de España.

La actitud prepotente, de perdonavidas, llena de “soberbia intelectual” que venía manteniendo Pablo Iglesias hacia el PSOE, había logrado cabrear a muchos socialistas, significativamente a la dirección, aunque también a no pocos militantes.

La táctica obvia era reconocer a estos últimos una legitimidad y una honestidad de izquierdistas auténticos que se negaba a barones, baronesas y otros dirigentes. Eso fue, justamente, lo que saltó por los aires ayer. Es el peligro que tiene construir un discurso “patchwork”, como hizo Iglesias, tomado retales de cualquier idea que se haya dicho alguna vez que suene a cosa izquierdista: que en medio del revuelto puedes llevarte a la boca alguna seta muy venenosa. Tal ha sido el caso.

Que ETA y sus subordinados utilizasen el repugnante GAL como coartada para seguir matando demócratas fue una de las cosas más innobles e indecentes que se han conocido. Además, para que aquel argumento tuviera peso fue imprescindible implicar a las autoridades y al entonces Presidente González. Aquello que sonaba bien, que sonaba “rojo” y “revolucionario” en los pasillos de la Complutense sirvió al entorno de ETA para señalar como asesinos “virtuales” a todos los socialistas que a lo largo de años serían realmente asesinados por la banda. Eso no se ha olvidado en ninguna sede del PSOE, ni en Ferraz ni en Mondragón, ni en Portugalete, ni tampoco en Mérida, Sevilla, Valencia, Valladolid o la calle Nicaragua de Barcelona, que son los lugares donde se reúnen de verdad los socialistas y no en Twitter, como muchos creen.

Iglesias no solo ha roto los puentes con la dirección del PSOE sino que, lo que es peor, la ha hecho prisionera de la indignación de unos afiliados que posiblemente no le permitirán a Sánchez ningún pacto futuro con Podemos, a no ser que ese acuerdo lo contemple Pablo Iglesias sentado junto a Monedero desde la tribuna de invitados del próximo hemiciclo.

Cuentan que a Otegi le sorprendió la noticia del atentado de la T4 reunido con Jesús Eguiguren. La cara que pondría el líder nacionalista no sería entonces muy distinta a la que ayer le vimos a Errejón cuando escuchó a su líder lanzado, tirando por la borda el trabajo de zapa que durante tanto tiempo estaba haciendo Podemos hacia las bases socialistas. Era la cara que quien acaba de darse cuenta de que todo ha terminado.

Publicado en el diario norte.es el 3 de marzo de 2016

¿Confías en lo que haga Pedro Sánchez?

Esa es la pregunta real que se va a hacer a los militantes socialistas. Aunque la redacción sea algo más elaborada en realidad la pregunta efectiva es esa. Era de esperar, porque de haberla expresado de forma tan obvia y descarnada como la del titular hubiese sido un cachondeo.

Un referéndum tiene por objeto discernir entre dos opciones claras y excluyentes entre sí. No sirve para la transacción y el matiz sino para la ratificación o no de una opción concreta y determinada.

Igual que pasaba con los duelos entre caballeros del siglo XIX, los refrendos políticos cuentan con la ventaja de resolver de forma inmediata y expeditiva cualquier polémica pero, como aquellos, en absoluto pueden ser parte de una negociación sino que son, justamente, la renuncia expresa y definitiva a ella.

De forma que cuando se trata de decidir sobre cuestiones complejas, por definición incompatibles con una dicotomía: Si-No, un referéndum se convierte en una herramienta inútil o, lo que es peor, en una trampa en la que, bajo la apariencia de escuchar al pueblo, lo que se hace es remover el río a ver lo que se pesca.

Solo en el caso de que el candidato Sánchez hubiese alcanzado un acuerdo suficiente para una investidura (con la imprescindible expresión de quiénes serían los socios que le votarían y cuáles los acuerdos mismos) esta consulta hubiera tenido sentido. Así lo hizo el SPD alemán en diciembre de 2013 con su militancia, a la que preguntó “sí o no” a la gran coalición que garantizaba ciertamente la constitución de una mayoría de gobierno efectiva y que podía ponerse en marcha enseguida, como así ocurrió. Nada que ver con la consulta interna del PSOE que más bien parece preguntar ¿vamos bien?

Ciertamente lo más probable es que cuando el Secretario General socialista planteó esta consulta creyese que, en efecto, a estas alturas iba a tener en la mano un acuerdo que le permitiría ser Presidente y era evidente que convocar a la militancia le facilitaría el camino frente a un Comité Federal renuente a pactos con los de Iglesias.

La realidad ha sido que, sin ese acuerdo de investidura en la mano pero habiendo prometido el referéndum, no le ha quedado a Sánchez más remedio que tirar adelante con lo que hay, que es bien poco.

El PSOE ha alcanzado y propuesto acuerdos con distintas fuerzas políticas para apoyar la investidura de Pedro Sánchez a la Presidencia de Gobierno. ¿Respaldas estos acuerdos para conformar un gobierno progresista y reformista?

Que los “acuerdos alcanzados” e incluso -nótese- los acuerdos “propuestos” sean objeto de refrendo es como preguntar si se desea que haga sol y buen tiempo. Una pregunta tan cómoda como inane. ¿Quién va a decir que no? Desde luego tampoco lo hará el Comité Federal del PSOE, para el que la consulta ha resultado un cartucho de pólvora mojada.

Sánchez está demostrando que es persona hábil e inteligente pero en esto de la consulta no ha estado fino. Desde el principio amenazaba con ser un error y lo ha sido. A veces las cosas sí son lo que parecen.

El nuevo tiempo político…en primavera

Comparto con la diputada y amantísima madre, Carolina Bescansa, su afirmación de que es preciso comprender el nuevo tiempo político en el que estamos entrando. El bipartidismo imperfecto que fue base de la transición política española ha caído para dar lugar, como dice Felipe González, a un pluripartidismo igual de imperfecto. Pero que, además, ha complicado la tarea de formar Gobiernos capaces de hacerse cargo de las dificultades. Y no olvidemos que todo Gobierno, siempre, sin excepción, tiene que hacerse cargo de dificultades.

El nuevo tiempo es tan real y cierto como los desafíos a los que la política se va a tener que enfrentar. Porque no hay nada novedoso ni estimable en ignorar los problemas o en pensar que todos tienen soluciones simples.

La acumulación de gestos y el abuso del postureo tiene entusiasmadas a las redes sociales y a la TV, que ha visto cómo se le abre una renovada oportunidad para meter la política en la parrilla, eso sí, a base de convertirla en espectáculo.

Pero lo que viene será algo más que eso. Algo más serio, profundo y duro. El nuevo tiempo no va a ser llevar los niños al escaño -me temo- ni tendrá que ver con corbatas o pajaritas. Se tratará de reconocer las dificultades que hay, que son enormes, aceptar que las soluciones no serán ni fáciles ni rápidas y tener la valentía de proponerlas, a riesgo de ser criticado. Se llama política y es trabajo duro e ingrato que, desde luego, no encaja en absoluto con este juego de buenos buenísimos y malos malísimos, perfecto para las pelis de Disney pero absolutamente inútil para la gente y para el país. Lo que viene se va a parecer inquietantemente a la hoy tan criticada transición.

Por eso sería ya hora de que a los buenos buenísimos de un lado, a los buenos buenísimos del otro lado, así como a los buenos buenísimos de los otros dos lados nuevos que han surgido ahora, se les vaya acabando ya la tinta roja de tanta raya que llevan pintada en las últimas semanas. Sin embargo temo que a estas alturas de la película no va a ser posible. No hay tiempo material para recular de las grandes palabras ni de los grandes desprecios. También sospecho que, en realidad, hay pocas ganas de hacerlo, de abandonar esa zona de confort, tan vieja, tan conocida y de patas tan cortas. Es comprensible que, con unas elecciones encima, nadie vaya a arriesgarse ahora a desdibujar su perfil llegando a acuerdos con “esa gente” así que tendremos que esperar a ver el resultado de las nuevas urnas para empezar a hablar en serio.

Probablemente con cartas parecidas a las que se repartieron el 20 de diciembre, el nuevo tiempo político tendrá que despegar definitivamente en primavera. Habrá pocos días, horas tal vez, para pasar el disgusto de ver que los malos no se habrán volatilizado, lidiar con el malestar de comprobar que el pueblo soberano no se aviene a darnos la razón y para sufrir la desazón de ver que el cielo está mucho más lejos de lo que creímos.

Quienes van a estar muy cerca, agobiantemente cerca, van a ser las autoridades europeas, que vendrán a recordarnos la exigencia de recortar unos 9.000 millones de euros del presupuesto que el PP aprobó. Estarán también ahí -intactos- los problemas internos que estamos aplazando en medio de esta negociación tan preelectoral y también tendremos encima la necesidad, menos urgente pero igual de ineludible, de repensar una estructura política que, ciertamente, no parece dar para más.

Entonces va a ser cuando empiece de verdad ese nuevo tiempo del que se habla, que tal vez no sea tan brillante y esplendoroso como imaginan los apóstoles de la novedad. Habrá acuerdo, se cumplirán las exigencias europeas, se empezará a regenerar la vida pública y sin duda tendremos que aprender a respetar y pactar con “los otros”, como hacen en con plena normalidad en 23 de los 28 países de la Unión Europea, en cuyos parlamentos no hay mayorías absolutas. Así que quienes desprecian que la transición fuese capaz de acercar a enemigos tan irreconciliables tendrán que pedir que los políticos viejunos les pasen los apuntes de entonces, porque el nuevo tiempo viene exigente y no va a admitir demoras.

Y lo que me he reído…

No me sumaré al coro de plañideras (y plañideros) hipócritas que andan por las redes encendidos, disparando contra la infumable “primicia” de los informativos de Antena 3 respecto a Podemos, la CUP, ETA y Venezuela.

No lo voy a hacer porque en esta edad de oro del periodismo militante que estamos viviendo, la indignación suena escandalosamente impostada. Hay tantas ocasiones cotidianas en todas las teles en que “es para darles, pero bien”, que no es cosa de ponerse ahora estupendos cuando la manipulación informativa me parece que adopta ya las formas del sirimiri vasco.

Lo que sí me parece completamente relevante es que la filtración de las imágenes de Álvaro Zancajo y Sandra Golpe avergonzados de lo que habían soltado, haya provenido de la propia Antena 3 a través de la aplicación periscope de su cuenta de twitter. Estar en las redes sociales mola, incluso mola mazo, así que lo que importa ahora es estar, siempre, de cualquier forma y a cualquier precio. Lo chusco es que eso es así incluso aunque se pegue uno un tiro en el pie.

Tampoco soy capaz de verle la gracia a la broma de las últimas horas, elevada a la categoría de acontecimiento mediático nacional, de engañar al presidente del Gobierno de España con una falsa llamada del nuevo presidente catalán.

En otros tiempos los medios de comunicación se consideraban responsables y garantes de lo que salía en sus páginas o en sus pantallas. A veces para bien y otras para mal, lo cuidaban, pero está visto que ahora lo que importa es la omnipresencia y el espectáculo, y a él se supedita todo. Se asume que quien quiera estar en las redes sociales parece que tuviese que renunciar a toda reflexión porque ahora la velocidad, el ingenio y el escándalo es lo que manda.

¿Cuál es el interés informativo de una falsa llamada a Rajoy?, ¿Denunciar la falta de control de las llamadas en la Moncloa? No lo creo. ¿Reírse del presidente? Muy probable. ¿Conseguir audiencia? ¿Petar las redes con el nombre de la emisora? De eso estoy seguro.

Es muy lamentable este triunfo de la frivolidad pero sobre todo lo es la pretensión de darle un barniz de prestigio y autenticidad que no merece. La estúpida adoración por el aplauso de la muchedumbre la bordaba Gila en aquel negrísimo monólogo de “me habéis matao al hijo, pero… lo que me he reído”.

Publicado en el diario norte.es el 22 de enero de 2016

Las marcas no negocian

Anuncios de prensa y TV, carteles, vallas, folletos en el buzón, luminosos en los edificios, webs, cuñas de radio, series patrocinadas, banners en los medios digitales como este, siluetas de cartón en la farmacia y en la tienda, llamadas telefónicas que preguntan por el Sr. Gorostiza, muchas gracias Sr. Gorostiza…sí Sr. Gorostiza, disculpe Sr. Gorostiza. ¡Parece una guerra! Y probablemente lo es.

En una sociedad tan abrumadoramente activa en comunicación lo normal es que haya buenos profesionales del marketing. Y los hay. Y también es normal que a ellos recurra todo aquel que quiera ser visto en medio de esa barahúnda de ruido.

Hace mucho que los paños no se venden en el arca, por buenos que sean. Por el contrario hay que airearlos, darles “visibilidad” determinar un “posicionamiento” correcto del producto y de la marca para así colocarlos en la “Short List” del “Target” con un buen “Storytelling”.

Vivimos sumergidos en una constante tormenta de mensajes que tratan de captar nuestra atención para después llevar nuestra voluntad a comprar, cambiar, contratar, adquirir, invertir, gastar, ahorrar…y, por supuesto, también a votar.

Los partidos políticos compiten como unas marcas más en el saturado campo de batalla de la atención y los sentimientos de los consumidores. Y para hacerlo necesitan generales expertos. Son éstos quienes se hacen con la dirección de las campañas y aplican allí toda su experiencia y conocimiento. Y la mayoría de las veces lo hacen muy bien.

Mientras dura la batalla todo va como la seda, incluso es entretenido. El problema viene cuando al final se hace presente y abrumadora la diferencia entre la batalla comercial y la política. Que es una diferencia enorme, inmensa, profunda, sideral.

En la guerra comercial el final es simple. Escandalosamente simple: todo el estruendo era para que usted tomase la decisión de comprar esto y no aquello. Cuando el lector láser del código de barras de la caja emite el pitido todo ha terminado, al menos hasta el siguiente acto de compra.

En la política pasa todo lo contrario, que cuando usted emite su voto es cuando empieza “la cosa”. La cosa esa de gobernar. Es entonces cuando toda la estrategia de convertir a los partidos en eficientes, ágiles, dinámicas pero simples marcas se convierte en una trampa. Una doble trampa, primero para sus propios dirigentes, que no han ofrecido un sentimiento o una idea de cómo afrontar las dificultades sino un producto concreto y cerrado, que algunos llaman “programa” y que iba a aportar “la solución”.

Por su parte los ciudadanos, muy acostumbrados a ejercer como consumidores, exigen que lo que se les ofreció se haga y se haga ya, que para eso han votado. ¿Dificultades?¿qué dificultades? Nadie me habló de dificultades. Exigen la garantía y se sienten engañados. Y con razón. Confunden el programa con el de un crucero por el Mediterráneo y se quejan de la comida, de la orquesta, de las sábanas y por supuesto de la tormenta que agita el barco y de la que nadie les previno. Y es lógico que lo hagan, que defiendan lo que compraron y que no se muestren dispuestos a aceptar “componendas” (infame término).

Por si fuera poco, después de haber convertido durante la campaña al adversario en enemigo irreconciliable y secular, merecedor de la desaparición inmediata, crisol de todos los males, a ver quién es el guapo que se anima a encabezar la traición a tan elevadísimos ideales y a las exigencias que eran innegociables hace unas semanas.

El marketing nació para el mercado y aunque la política tiene algo de mercado (persa incluso) hay que tener cuidado y entender la gran diferencia entre marcas y partidos políticos y es que mientras las primeras jamás se ven obligadas a negociar (son sancionadas si les pillan) el acuerdo, la renuncia y la concesión son justamente lo que constituye la esencia misma de la política. Las marcas no negocian pero los partidos están obligados a hacerlo. Hoy y siempre.

Me temo que en primavera tendremos oportunidad de ver si hemos aprendido algo esta vez o si vuelve la burra a los mismos trigos.

Publicado el 20 de enero de 2016 en el diario norte.es

Una conversación pintoresca … por ahora

Mira Mariano:

Cuando estuvimos juntos en la primera ronda de contactos, cuando te correspondía a ti la iniciativa, te limitaste a repetirme que simplemente el PSOE debía abstenerse en la votación de investidura para que pudieses ser Presidente de nuevo, puesto que habías ganado las elecciones. Ahí te quedaste. Cuando te preguntaba cuáles serían los siguientes pasos te limitabas a decir que “serías generoso”.

Te confieso que me resultó asombroso que no tuvieses nada más que ofrecer, incluso aunque yo te pudiera haber dicho que no, pero ¡algo!, tío. Si la estabilidad y la gobernabilidad de España te importaban tanto no entiendo por qué no pusiste sobre la mesa una propuesta completa, o al menos amplia, de pacto.

Nada dijiste sobre cómo gobernarías en absoluta minoría después de que los socialistas nos abstuviésemos, como querías. Ni sobre cuáles serían tus propuestas, con quién y cómo las pensabas acordar. Nada.

Tu silencio fue tan clamoroso que durante todos este tiempo todo el mundo ha estado hablando de mí y no de ti, que ganaste las elecciones y que se supone que debías ser el protagonista del momento.

No sé cómo es posible que ni siquiera en tu entorno político, mediático o empresarial hayan surgido propuestas concretas de cómo se podría avanzar. Sé que en tu partido hay mucha gente a la que le resulta difícil acordar nada con nadie y solo entienden el ordeno y mando pero ese es justamente el tiempo que se ha pasado y no me puedo creer que no tengas a tu alrededor gente cabal, con la que se pueda hablar y acordar. Otra cosa es que no sean tan ruidosos y no estén todos los días en danza. Yo también tengo de esos en mi partido, y también suelen ser discretos.

No te creas, como yo he tenido un resultado malísimo, también tengo mis problemas internos, y goooordos, como dice José Mota, pero no por eso me quedo paralizado –Mariano- que para eso estamos metidos en este lío.

Así que ahora que el Rey me ha encargado a mi la posibilidad de formar mayoría yo sí te voy a hacer a ti una propuesta. Muy generosa y muy arriesgada, sobre todo para mí. Es esta:

Tu, Mariano, no puedes ser ya Presidente del Gobierno. Y, con mis resultados, tampoco yo así que te propongo:

· Escoger un candidato a Presidente de tu partido que no nos chirríe a los socialistas.

· Nosotros escogeremos un Vicepresidente que no os cause urticarias a vosotros. Ninguna de las dos elecciones serán fáciles, sospecho que más la segunda que la primera, porque tienes un montón de hipersensibles gritadores. Pero esa es mi percepción, claro.

· Una vez escogidos, serán ellos dos (o ellas) quienes escogerán al resto de ministros. Ni tú ni yo, ni tampoco la dirección de nuestros partidos. Nos consultarán pero decidirán finalmente ellos por acuerdo mutuo.

· Marcaremos un protocolo de relación entre ambos que impida que el primero se prevalga de su jerarquía para imponerse.

· Establecerán un acuerdo escrito de programa de mínimos razonable para que el país marche, sobre todo en materia financiero-fiscal, de servicios públicos, de infraestructuras y de regulación justa del mercado laboral. Nada más pero nada menos.

· Establecerán también un listado de discrepancias serias sobre las que ni hay acuerdo ni se lo espera.

· Y con ese programa, que apoyaremos los dos, formarán un Gobierno que ambos partidos nos comprometeremos a mantener al menos durante la legislatura. Luego si quiere el de Ciudadanos que apoye también ese acuerdo, eso es cosa suya.

Con esa solución la mayoría está más que garantizada y se puede empezar a arreglar cosas pero desde el acuerdo. Tendríamos cuatro años de paz relativa pero de paz activa. Sería como una segunda transición que, como la primera, tendría un coro ruidosísimo alrededor que, no nos engañemos, soportaría sobre todo mi partido. Pero que sería eso: ruido. El poder desgasta pero la eterna oposición mata.

Además, piensa que eso de que los dirigentes del Gobierno no sean los mismos que quienes dirigimos los partidos puede ser una buena idea para estudiar como norma de aquí en adelante. Serviría para que los dirigentes pudiéramos hablar con la voz de nuestro partido pero para que los gobernantes tuvieran más cintura a la hora de negociar y acordar. Fíjate en el PNV que lo hace así desde siempre y le va muy bien.

No se te oculta que esta propuesta significa la creación de dos líderes que nos harán sombra a ti y a mí y quién sabe si también la cama, pero es lo que hay, Mariano. Además me reconocerás que te hago una propuesta supergenerosa con la que, encima, a mí me van a poner de chupa de domine después de haber dicho y repetido que no a la “gran coalición”.

Pero es que la otra salida son las elecciones anticipadas que pueden dar un resultado parecido, tú volverás a ganar sin mayoría, yo puede que pierda o que gane unos votos, depende de si Iglesias consigue mantener su autoridad omnímoda durante meses en esa ensaladilla que tiene de grupos y medios que cree que le apoyan pero que solo buscan audiencia. Rivera supongo que seguirá encelado con su ley D´Hont y en Cataluña te confieso que no sé lo que estará pasando para entonces. Seguro que poco bueno.

Es decir, que esta propuesta que te hago podría resultar muy parecida a la que tengamos que enfrentar en primavera. Pero para entonces será más difícil y tal vez la hagan otros porque haya sido el fin para nosotros dos.

Va a ser muy difícil pero hasta podría salir bien. ¿Qué me dices? Mariano.

Ya tenemos los bueyes

La feria ha sido entretenidísima, con sus regateos, los sustos de que me lo quitan, los voceros de cada ganadería proclamando las bondades de su producto, la música, los colores, la fiesta, hasta los bailes…todo ha ido como nunca y no hemos tenido un momento de aburrimiento. En una democracia televisada y sobre todo, televisiva, como la que vivimos, estas elecciones han sido un éxito sin precedentes. Un éxito de audiencia, ¿de qué otra cosa puede ser un éxito en la tele-ciber-política?

Nos hemos sacudido como nunca el aburrimiento, las parrillas han estado petadas. La definitivamente obsoleta ciudadanía se ha transformado por fin en brillante, dinámico y participativo “share”, ¡que no me vaya usted a comparar!

Pasado tan brillante espectáculo hoy podemos decir que regresamos a casa con un bonito ramillete de bueyes de diferentes colores, de distintas razas y con caracteres, fuerza y fiereza muy diversos también. ¡Una gloria de verlos oiga!, Aunque haya quien lamente que por culpa de la maligna ley D´Hont la variedad no sea aún mayor.

Con todo, el concurso ha sido reñido y, lo que es mejor para la caja mediática, la algarabía amenaza con prolongarse durante tiempo. Como digo: un éxito televisivo inapelable.

Ahora hay que arar. Aunque se nos despiste en medio de la euforia de esta fiesta de la democracia, era justamente para eso para lo que fuimos a escoger los bueyes ¿no? Para arar, y además en terrenos duros y pedregosos como no lo han sido nunca o casi nunca.

Habrá que elegir un presidente del Gobierno, no dos ni tres, solo uno. Habrá que aprobar un Presupuesto nuevo puesto que la Unión Europea ya ha dicho que el de Rajoy no vale, habrá que ofrecer alguna alternativa a esta recuperación empobrecedora, y habrá que conseguir financiación en los mercados para hacer esas tantas cosas que se han proclamado en la feria como inminentes e irrenunciables ¿ok?. Tan irrenunciables como el inicio de un proceso constituyente que tan solo necesita un simple acuerdo entre los nuevos electos que puedan presentarnos a la ciudadanía toda (perdón: a la audiencia). Pan comido.

Soy persona de imaginación escasa, cada día de menos, pero aún mantengo mi capacidad de asombro intacta, de forma que quedo, expectante, a la espera de la brillantez de las propuestas y soluciones que sin duda me aportarán los recién electos y que yo, cautivo de mi torpeza de heredero generacional de la “oprobiosa transición”, ni imagino por ahora.

No tengo duda alguna de la voluntad benéfica de ninguno de los electos. Es más tengo toda la confianza en su imaginación, destreza y capacidad para ofrecernos “algo” que no sean solo palabras, titulares y vehementes tertulias, cuyo tiempo ya terminó el domingo. Algo real que, además, deberán poner encima de la mesa antes de que llegue el frío y triste invierno político de la gran coalición o de la repetición de elecciones. Que ese descorazonador horizonte sí que lo imagino.

Siempre dispuesto a aprender, estoy deseando saber cómo lo van a hacer.