Cómo nos suena esto a los vascos

Primero se crean las consignas
La realidad compleja es siempre incómoda y podría no darte
la razón siempre, así que nada hay mejor para llevar el agua a tu molino que
simplificarla con unos eslóganes, preferentemente que rimen, cosa muy útil
puesto que el objeto es que puedan ser recordados y repetidos. Cada día es más
fácil, al lado de las escuetas pintadas y dianas de otros tiempos, los 140
caracteres de Twitter son casi un ensayo.
Después se etiqueta a
los contrarios con ellas
Si conviene banalizar la realidad y convertirla en algo
explicable en blanco y negro, más aún es preciso etiquetar a los adversarios y
colocarlos en una posición perfectamente simple, obviamente en la negra, de
forma que no quepa para ellos calificación alguna que no sea la que tu consigna
haya establecido: txakurra, asesino, txibato, Señor X, da igual. Lo importante
es encerrar todo lo que significa tu adversario en una jaula muy pequeña y muy
maloliente. Que sea verdad o mentira es perfectamente irrelevante.
A continuación se les
“cosifica”
Una vez etiquetada, la persona que pudo ser tu adversario
deja de tener carácter humano, ya no es alguien sino “algo” y ese algo es solo
y exclusivamente la etiqueta que le hayamos asignado. Ya no hay historia, no
hay recuerdo de nada positivo, ni siquiera neutro. Ese individuo nació con la
etiqueta cosida a la ropa como una estrella amarilla y punto.
Se establecen
espacios físicos excluyentes
Los nostálgicos del franquismo llamaban “zona nacional” a algunos
barrios de Madrid, los nacionalistas radicales vascos tenían sus “pueblos y
barrios”, donde mandaban “las cuadrillas”. Se trata de presentar como una
“provocación” la mera presencia de alguien no afecto en esos lugares y
justificar así una reacción violenta contra él. Si esos espacios son
universitarios mejor que mejor, porque tienen el marchamo de la cultura y el
conocimiento. Sin olvidar que suelen estar llenas de personas cultas y
respetuosas, que se apartarán del tumulto que has montado.
Se organizan
manifestaciones “espontáneas”
Una vez establecido que la presencia de ese tipo en el
espacio vedado es una provocación, queda plenamente justificado que “la gente”
reaccione violentamente, le agreda y le quiera expulsar de ese sitio donde -obviamente-
no debería haberse atrevido a entrar.
Se niega toda
responsabilidad
Si se ha seguido el manual, a estas alturas ya no hace falta
reivindicar la agresión como propia, aunque todo el mundo sepa que así es. Por
el contrario, aunque los eslóganes, las consignas y los gritos sean los que tú
mismo has sembrado y cultivado, siempre podrás alegar que se trata de
manifestaciones de autenticidad popular en las que no tienes nada que ver.
Faltaría más. Si la agresión se va de las manos esta actitud de falso pero
declarado alejamiento hacia los protagonistas del abuso es especialmente
conveniente para evitarte mayores problemas.
Se responsabiliza al
agredido
¿Cómo va uno a oponerse a una manifestación tan genuina y
popular? Si te preguntan, que te preguntarán, deberás manifestar de entrada tu
contrariedad, deplorando “los hechos”, lamentándolos y manifestando tu sincera
desazón (el diccionario ofrece un buen ramillete de palabras blandas para esto)
para acto seguido y, ahora sí con toda rotundidad, criticar al agredido por
provocador y convertirlo en agresor virtual. Culparle de cualquier cosa mala
que haya pasado recientemente es una táctica infalible, vale desde un asesinato
hasta un motín en el CIE de Aluche.
Siguiendo este manual, que los vascos demócratas conocemos
de sobra por haberlo padecido, te harás primero con la calle, y después cuando
el miedo se haya instalado en los corazones de tus vecinos, habrás vencido.
Ahora que empieza la campaña de vacunación contra la gripe,
es buen momento para vacunarse también contra las ideologías del odio y de la
amenaza, que siempre se inician como “espontáneas” manifestaciones populares y
que siempre acaban muy mal. Para ello recomiendo un libro que habla de Euskadi
pero que puede servir perfectamente a cualquiera como antídoto contra la
tiranía del grito y la capucha. Se titula “Patria” y lo ha escrito Fernando
Aramburu.

El Ayuntamiento de Badalona se anticipa

Escribo esto un 12 de octubre, nada más subir de la frutería de mi barrio, donde he comprado unos puerros y un pimiento que me faltaban para las alubias. Al entrar con mi bolsa leo que el Ayuntamiento de Badalona, lo mismo que mi verdulero, ha decidido empezar a abrir en festivos. Excelente noticia. Ya va siendo hora de que las Administraciones no exijan a sus ciudadanos que tengamos que pedir horas libres (o darlas en caso de empresarios y autónomos) para hacer trámites y consultas.

Las discusiones que nuestros líderes mantienen sobre fiestas e identidades nacionales quedan en el más absoluto ridículo cuando a uno le toca pasarse una mañana entera sin trabajar para obtener un papel en su Ayuntamiento, que deberá entregar luego en la Diputación, en el departamento autonómico de Educación o incluso a menudo en el propio Ayuntamiento. Trámite que casi siempre es en papel, en persona y en día y horario laborables, por supuesto.

Es obvio que los motivos por los que ese consistorio catalán ha abierto hoy al público nada tienen que ver con la comodidad y el servicio a sus vecinos, pero si hoy se puede (por los motivos que sean) no veo la razón por la que no podamos considerar este acto como un oportuno experimento de lo que podría ser una buena práctica en nuestras Administraciones Públicas. Una práctica que se adaptaría, por fin, a las necesidades de una sociedad que ni es tan simple ni se mueve de forma tan sincronizada y previsible como pasaba hace 50 años.

El día que nuestras Administraciones se organicen para atendernos, sea on line o en persona, también en días festivos (como si se tratase de un auténtico servicio público) y pongan para ello en marcha sus turnos, sus compensaciones laborales, sus acuerdos y lo que sea necesario para preservar los derechos de los empleados públicos, habrán entrado en una modernidad en la que en mi barrio ya hace tiempo que están la panadera, el frutero, el verdulero, el del asador de pollos y todos los bares. Ese día tendremos todos algo que celebrar, sea o no 12 de octubre.

Prietas las filas

La democracia es siempre un sistema político lleno de
debilidades, en el que todo es cuestionable y donde hay pocas certezas. Por si
fuera poco es norma que las opiniones se puedan expresar libre y públicamente en
medio de una algarabía de voces que los partidarios del autoritarismo suelen
señalar con desprecio. Sin embargo ese estruendo es parte indisociable de una
democracia y su reducción es siempre el primer síntoma de su enfermedad.
Los partidos políticos, que tanto contribuyen a la “creación
de la opinión pública” son también más o menos ruidosos en función de su mayor
o menor democracia interna pero en todos ellos funciona una suerte de censura
hacia el discrepante, en unos casos por autoritarismo, porque simplemente nadie
tiene que hablar en contra de quien manda y en otros, más sutiles, porque la
expresión de una discrepancia aun considerada “legítima” podría causar el debilitamiento
del colectivo en caso de ser expresada externamente.
Esta última es la justificación que muchos militantes
socialistas están utilizando para arremeter contra cualquiera de sus compañeros
que ose expresar una opinión discrepante.
Como el PSOE ha sido siempre un partido democrático y
plural, no hay ningún socialista que se atreva a decirle a otro militante que
lo que defiende es abominable y que no debería ni pensarlo (bueno, alguno sí
que hay). Lo que no es óbice para que haya muchos socialistas que piensen
exactamente eso: que lo que opinan algunos de sus compañeros es intolerable,
inaceptable y una traición.
Pero como no es presentable impedirle pensar lo que quiera
al compañero de al lado (y seguir creyéndose uno mismo defensor de la libertad
de expresión), se apela a la inconveniencia absoluta de cualquier idea o
expresión pública que no sea la oficial. La fortaleza hacia fuera sirve así para acallar la discrepancia de dentro.
El PSOE, acostumbrado a abrirse públicamente en canal en
cada congreso y que hace ostentosamente públicas sus elecciones primarias, para
contento de los medios de comunicación y también para orgullo de sus militantes
más libertarios, se está convirtiendo, sorprendentemente, en un entorno cerrado
y sectario en el que, no ya la descalificación rotunda, sino la expresión de la
más leve discrepancia, especialmente en las redes sociales, asegura que una legión
de vigilantes de la ortodoxia se abalanzarán airados, críticos (y a menudo faltones)
sobre el impío.

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Que un partido caracterizado por ser aquel de todos los de
España en el que la libertad se ha podido ejercer con más brío se esté
convirtiendo ahora en un entorno tan coactivo es una mala noticia para España y
para el PSOE.

El fin del bipartidismo también era esto

El fin del odiado bipartidismo parece que es, por ahora, la
única buena noticia de este tiempo político. La irrupción de nuevos partidos
con considerable representación parlamentaria hizo caer, por fin, una de las
peores características de la política española, a decir de la mayoría de
analistas.
Los grandes males del bipartidismo eran tan obvios que ni siquiera
hacía falta proclamarlos. De hecho solo preguntar por ellos era ya hacerse sospechoso
así que todo quedaba solucionado con una apelación genérica a los innegables
males de la política, de la transición, a la corrupción y demás indignidades, todas
ellas causadas -faltaría más- por el bipartidismo.
Cada cual podía, por tanto, hacer su propio menú personal de
los males del bipartidismo. Me avergüenza un poco que siento “tantos” y “tan
evidentes” se me hayan ocurrido tan pocos pero humildemente les ofrezco los
míos: la tendencia a un reparto invasivo de las instituciones, la pérdida de la
pasión política y el distanciamiento del votante, la creación de aparatos
poderosos que cierran la puerta a la renovación…el aburrimiento y la falta de
tensión informativa (ese dolía sobre todo a los medios) en fin, según los
escribo me entran dudas de que se vayan a solucionar así que no sigo.
Destruida bicha semejante, llegaría sin duda el advenimiento
de las soluciones imaginativas, de la frescura, la limpieza y la pasión
política que despuntaba en columnas, editoriales y barras de bar.
Pero, sobre todo, el nuevo escenario iba a promover la
necesidad de acuerdos multilaterales para gobernar, alejadísimos de rodillos
parlamentarios o de convalidaciones de mero trámite en las Cortes de los
Decretos Ley gubernamentales. La democracia, ahora sí, en acción.
Nadie nos explicó que en un ecosistema muy repartido, cada
grupo político ocuparía un espacio menor, más concreto, más definido y más
cómodo (para sus militantes) del que no tendría ningún incentivo para moverse.
Todo lo contrario, ya que siempre habría votantes en disputa con los grupos ideológicamente
contiguos.
Así, la lealtad a los principios se ha convertido en
marchamo de honor para los leales y paradójicamente la necesidad de acuerdos
globales choca ahora de lleno con la satisfacción de unos militantes encantados
en su nueva, y estrecha, zona de confort. En tales condiciones no es difícil
que el arreglo se confunda fácilmente con la traición y, en todo caso, lo que
queda claro es que del multipartidismo no han surgido acuerdos automáticamente
sino más bien líneas rojas.
Tampoco hay que olvidar que la misma opinión pública que
exige a los políticos que cedan y se pongan de acuerdo, machaca sin piedad a
aquel que cede (no hay más que ver lo que dicen ahora de Ciudadanos) supongo
que todo el mundo debe pensar que acordar es conseguir que “el otro” haga lo
que yo digo o que me deje hacer a mí lo que me parezca (tal y como atinadamente
plantea Rajoy).

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Pocos creían que habría terceras elecciones. Ahora es
prácticamente seguro que las habrá. Lo que está en duda es qué sucederá antes:
que nuestros partidos aprenderán, por fin, a moverse en un panorama de 4 y
añadidos o que volverá el bipartidismo.  Este
año perdido podría ser el doloroso principio de un tiempo realmente nuevo o una
experiencia fallida no menos dolorosa. Lo iremos viendo en diciembre.

Sánchez tendría que empezar a hablar de terceras elecciones

Hace unos días Ramón Jáuregui, socialista por el que tengo una nada secreta admiración, publicaba un artículo titulado “No basta abstenerse” lleno de sentido común, como siempre hace, y perfectamente inadecuado al momento interno que vive el PSOE.

Una inoportunidad que a Ramón le acompaña hace ya tiempo como precio por su libertad, y que le sitúa como persona apreciadísima dentro de su partido pero a la que todo el mundo quiere un poquito alejada.

En ese texto Jáuregui choca frontalmente con la posición oficial del PSOE y de su Secretario General que sostiene, con toda razón, que la responsabilidad de gobierno no es de su partido sino del PP y que es a Rajoy, y no a él mismo, a quien se debe preguntar lo que va a hacer para conseguir su investidura y evitar las terceras elecciones.

La táctica de Sánchez es moralmente impecable: el PSOE es lo contrario que el PP, los votantes han decidido que sea oposición y no tiene intención alguna de apoyar ni con su voto ni con su abstención la investidura de Rajoy y “No es No”.

Sin embargo, aunque irreprochable, esa postura tiene fecha de caducidad y ésta es ya inminente.

Porque el líder socialista no puede seguir sosteniendo esa convicción, tan legítima que se ha hecho firme entre su militancia más activa, y pensar simultáneamente que no se va a ver ante la convocatoria de unas terceras elecciones.

No puede ignorar, porque todo el mundo lo sabe de sobra, que el PP de España es el que es; nada que ver con otros partidos de la derecha europea que, sin ninguna duda, se habrían movido desde la primera convocatoria para conseguir acuerdos de gobierno. Esto aquí no pasa, y además se da por descontado que no va a pasar hasta el punto de que toda la opinión pública, especialmente la de la misma derecha, exige a Sánchez una responsabilidad que ni espera de Rajoy.

En consecuencia, puesto que nadie alberga esperanza alguna de que el PP sea capaz de resolver por sí mismo la papeleta en la que le han puesto sus propios resultados, si la investidura fracasa todo el mundo le echará la culpa al PSOE.

Es, precisamente, ese vértigo de resultar injusta pero socialmente culpable la única arma con que cuenta el PP para torcer el “No es No” de Sánchez. Por tanto, si quiere desarmar a sus adversarios y seguir siendo coherente con sus militantes el Secretario del PSOE debería empezar a hablar de la convocatoria de terceras elecciones. Lo que resulta insostenible es seguir aparentando que se tiene algún misterioso conejo en la chistera.

El único problema es que, una vez bien instalada, la consigna del “No es No” puede sobrevivir a unas terceras o a unas cuartas elecciones…así hasta que alguien consiga una mano de cuatro reyes. Es la táctica que decían de Clemente: la del “patadón p’alante” de la que Ramón Jáuregui no es partidario, y yo tampoco.

No hay nadie que confíe en Rajoy?

Foto EFE

Al Presidente en funciones le han votado casi 8 millones de españoles, más que en las elecciones de diciembre. El éxito para el PP, y para el propio Rajoy, ha sido indiscutible.

Por eso mismo no parece muy normal que un ganador como Mariano despierte tan poca confianza entre los suyos, tanto entre sus propios correligionarios como en la variada y poderosa prensa de derechas. No se oye a nadie en el entorno conservador avanzar cuáles vayan a ser sus decisiones como ganador de los comicios y próximo presidente, ni se apuntan las maniobras que podría realizar para lograr su investidura. Menos aún se le supone medida de gobierno alguna. A lo más se comenta si la multa que nos van a poner, seguro, desde Europa será de cero euros o de muchos millones.

Lo llamativo de tan estruendoso silencio en torno a su paladín es que resuena sobre todo en los espacios de la derecha, donde debía reinar ahora el entusiasmo y la algarabía. Nada de eso ocurre. Nadie avanza hipótesis, ni hace propuestas, ni apela al héroe de Génova para que “haga algo”.

Como él mismo dice, Rajoy tiene derecho a gobernar pero también obligación de hacerlo y, sin embargo, nadie se dirige a él para preguntarle ¿qué va usted a hacer, presidente?.

Todas las miradas a izquierda y derecha se dirigen al PSOE y a Pedro Sánchez, que parece que hubiese ganado las elecciones en lugar de perderlas, a juzgar por el requerimiento constante que se le hace al socialista desde la prensa que no es suya, o sea toda ella, e incluso –pásmense- desde el propio gabinete del Gobierno en funciones.

A Sánchez no le están dejando disfrutar de su derrota, tanto apelar a sus ahora reconocidos patriotismo y sentido de Estado. Mientras, a Rajoy nadie de los suyos le dice nada, no sé si por un respeto reverencial o por simple desconfianza en que tenga capacidad alguna de salir de ningún atolladero del que no le saquen otros.

Si son tan pocos los que creen en la destreza de Mariano Rajoy para superar una primera votación, la de investidura, me asalta la inquietante duda de pensar en cómo creen los suyos que va poder gobernar y lidiar con su minoría amplia, pero minoría, en una cámara donde cabe imaginar que el PP se va a hinchar a perder votaciones. ¿Llamarán a Sánchez, una y otra y otra vez? Si yo fuese Rajoy estaría celoso.

“No a Iglesias”. Primer acto de campaña de Sánchez

Por fin el candidato del PSOE lo ha dicho: no hará presidente a Iglesias. Es la primera declaración clara y nítida de que el PSOE tiene intención de quedarse en su propio espacio, sea este el que sea que le asignen los votos ciudadanos.

En realidad se trata de la primera declaración electoral significativa de Sánchez en toda la campaña y parece obvio que ha venido obligada por unos sondeos que repetidamente indicaban que está en juego precisamente esa posibilidad: que Podemos obtenga más votos y escaños que el PSOE. Una opción tan repetida que el líder socialista ya no podía seguir ignorándola.

Es lógico, y legítimo, que cualquier candidato de un partido grande diga que su único objetivo es ganar. Sin embargo también es legítimo que los votantes sepan a qué atenerse respecto a lo que hará cada partido ante situaciones previsibles y, si puede ser, incluso ante las imprevisibles. Lo otro es esconder las cartas.

Finalmente Sánchez se ha visto obligado a hablar de lo que todo el mundo hablaba por la combinación de tres factores: la unanimidad de los sondeos (ya veremos si acertados o no) las declaraciones de destacados dirigentes socialistas y, sobre todo, la evidentísima y creciente desconfianza de los afiliados y simpatizantes socialistas hacia Iglesias.

Puede que Sánchez se equivoque de adversario al atacar al de Podemos pero es seguro que Iglesias se equivoca de amigos apelando a los militantes socialistas.

Con toda lógica los partidos quieren alcanzar el poder y no es defecto sino virtud que sean capaces de moverse de sus posiciones originales para negociar o acordar cosas con sus adversarios. Pero para poder moverse de una posición original es imprescindible tenerla y en los últimos tiempos no se sabía muy bien cual era la casilla de salida del PSOE, por lo que resultaba imposible saber cuánto se estaba alejando o no de ella.

Las declaraciones de Pedro Sánchez vuelven a colocar las cosas en su sitio y al PSOE en el suyo, aquel en el que sus votantes y militantes sientan que pisan terreno firme (aunque sea pequeño) y no arenas movedizas, por extensas y prometedoras que pudieran resultar.

También es posible que los estrategas del PSOE hayan calculado que a estas alturas estaban perdiendo más votos hacia la abstención que los que se pudieran escapar todavía hacia los morados, pero un PSOE que no se sabía lo que iba a hacer en un escenario tan de extremos como el que padecemos estaba dejando el mensaje de la moderación contra la aventura en manos exclusivas de Rajoy. Lo que tiene bemoles.

El domingo veremos si este inicio de campaña tan tardío le sirve o no.

El triunfo final de los socialdemócratas de mierda

Dos socialdemócratas fundadores
Una de las ventajas de la política 3.0 o 4.0 (que ya me he perdido) es la velocidad a la que suceden los cambios. Las grandes evoluciones históricas que antes iban asentándose poco a poco, casi como movimientos tectónicos, ahora se producen a la velocidad de los telediarios.

Es cosa que maravilla poder disfrutar de estos tiempos interesantes (o padecerlos, que decían los chinos) no a lo largo de toda una vida, sino a cámara ultrarrápida, que tengo yo yogures en la nevera de cuando izquierda y derecha eran conceptos obsoletos.

La última bomba es la conversión instantánea de Marx y Engels en dos señeros y primigenios representantes de la hasta ayer odiadísima socialdemocracia. Esta traición histórica a tantos millones de sinceros, auténticos y rudos comunistas es lo que explica que a algunos de ellos les vaya a costar tanto votar a su partido, o a lo que quede de él, en las próximas elecciones.

Un socialdemócrata leninista

Pero la marea histórica “es lo que tiene”, como decía Chus Lampreave, que uno ha de ser capaz de adaptarse a lo que los líderes determinan en cada momento. Tampoco es cosa que les resulte del todo novedosa a los comunistas de siempre, tan acostumbrados históricamente a grandes evoluciones ideológicas de carácter fuertemente retroactivo. Si acaso aceptaría que les pueda sorprender la velocidad a la que me refería al principio, pero no el cambio mismo.

Modificar el pasado para alterarlo y ajustarlo a las necesidades del líder del momento ha sido una de sus tradiciones más acendradas. En esa tarea tan revolucionaria que incluso revolucionaba la historia, el padrecito Stalin fue maestro indiscutible y precursor de herramientas tan actuales como Photoshop, aunque la inmensa mayoría de sus “correctivos” se aplicaran por métodos más tradicionales y expeditivos.

Un socialdemócrata estalinista

Nadie describió tan bien como George Orwell en “1984” la importancia de esa tarea “liberadora” de corrección a posteriori, que en su libro realizaba Winston Smith como funcionario del Ministerio de la Verdad.

Por boca del querido líder de Podemos hoy asistimos asombrados al privilegio de ser testigos de un momento histórico: aquel en el que los hasta ayer socialdemócratas de mierda, vencen por fin la batalla y se convierten en la auténtica referencia de la izquierda, no ya de hoy sino, como corresponde a la mejor tradición orwelliana, con carácter retroactivo, comenzando por el mismísimo autor de “El manifiesto comunista”. ¡Socialdemócratas del mundo, uníos!”.

Un socialdemócrata trostkista

Que la hasta ayer vil socialdemocracia ha sido la auténtica revolución que venció y trajo derechos y bienestar a los trabajadores es algo que no tiene disputa. Que por hacerlo fueron tildados durante
décadas de traidores a la misión histórica del proletariado, aliados objetivos del capital, al que servían con bagatelas para engañabobos como los derechos laborales, a la educación, a una jornada limitada, a la sanidad, a la vivienda digna, a las pensiones… y toda esa mandanga. Eso tampoco hay quien lo pueda negar sin que se le caiga la cara de vergüenza. El que la tenga.

Algunos creímos que la socialdemocracia estaba muriendo de éxito, precisamente porque lo mucho que logró se había convertido ya en un estándar que no discute en voz alta ni la misma derecha (excepto Rosell) pero ahora vemos que no se trataba de ningún fracaso sino de un éxito absolutamente histórico, que la disputa entre comunismo y socialdemocracia nunca existió, que por fin se ha sabido que desde el principio era la socialdemocracia lo que molaba.

Un socialdemócrata maoista

Grandes noticias para gentes como el antiguo militante del PSOE, Wenceslao Carrillo, que hoy ya puede descansar tranquilo sabedor de que su hijo no fundó otro partido sino otra forma de socialdemocracia.Los mencheviques salen de sus fosas comunes, rehabilitados, Lenin y Olof Palme, Gramsci y Fernando de los Ríos, Willy Brandt y Erich Honecker se abrazan hoy en el limbo de las libertades. ¡Albricias!. Lástima de tantos millones de muertos ¿qué muertos? ¡Ah, perdón! ¿En qué estaría yo pensando?

Un socialdemócrata que tenía un piolet

Visto que, de la mano del nuevo líder, volvemos a la más auténtica tradición de revisión y reescritura del pasado, yo si fuese Monedero me andaría con cuidado de dónde dejo el piolet.

No hay mus. Habla!

Fournier blog

El próximo 10 de junio comenzará oficialmente la campaña electoral para las elecciones del 26, pese a que realmente estemos en campaña casi desde el mismo 21 de diciembre, según se conoció el resultado de las anteriores.

Aunque ahora muchos, incluso el Rey, proponen hacer poco gasto publicitario, lo cierto es que se tratará de la campaña electoral más cara de todas las conocidas, y con enorme diferencia. No estoy hablando de los 100 o 130 millones de euros que costará la organización de los comicios, ni de las subvenciones que llevan aparejadas, sino de los miles de millones que nos está costando la paralización de muchas decisiones políticas no tomadas y cuyos primeros efectos ya tendrían que estar viéndose. También cuento con las decisiones de inversión que están a la espera de saber cuál va a ser el nuevo entorno legislativo y de gobierno que se encontrarán a partir del verano. Lo dicho: una ruina.

Pero como dice mi amigo Luis con toda razón: “es lo que tiene la democracia” así que tendremos que asumir que un cambio tan importante como el que se ha producido en la voluntad de los electores era lógico que conllevase dificultades.

No tengo ni idea de cuál será el resultado electoral. Puede ser que el nuevo reparto de cartas lo ponga todo muy fácil pero probablemente no sea así. La granizada de encuestas no está ayudando mucho porque nos trae muchas piedras y muy poca agua de boca.

Lo que es seguro es que la de junio será la última mano; que con lo que salga habrá que apañárselas. Así que mejor sería que en lo que queda de campaña electoral (o sea desde hoy al 24 de junio) se dejasen atrás los calentones y esto no fuese una nueva sucesión de alardes, líneas rojas y de promesas de desalojar a unos o a otros.

Porque esa idea tan nuestra de la ilegitimidad del adversario supone una enorme barrera para acordar y por eso, mejor dejarla ahora fuera de campaña no sea que, sabido el nuevo resultado, se nos interponga a la hora de negociar. Pero sobre todo, y conviene recordarlo, porque, además de inútil para trabajar, es en sí misma una idea contraria a la democracia y, por tanto, muy peligrosa.

Puesto que no va a haber unas terceras elecciones, el resultado de junio gustará más o menos a cada cual pero será con esas cartas con las que habrá que hablar y que formar Gobierno.

Es más, creo que este tiempo que hemos perdido obliga a que el acuerdo sea definitivo. La posibilidad que se ha apuntado a veces de una legislatura corta, solo para poner un poco de orden, se ha ido por el mismo desagüe que estos meses perdidos. Apostar por un adelantamiento electoral en uno o dos años se vería como unas intolerables terceras Generales de 2015.

Hemos perdido demasiado tiempo con los sueños, los titulares, las fotos estupendas y las declaraciones de santa indignación. Ahora no va a haber otro remedio que hablar. Y hacerlo con todos. O sea: correr riesgos, porque más mus no va a haber.


Es por tu bien

El cigarrillo electrónico emite un vistoso e inocuo vapor de agua

El Parlamento Vasco ha decidido tomar el relevo de nuestras madres y abuelas a la hora de protegernos de malos hábitos y costumbres dañinas que nos empeñamos -tercos- en mantener. En consecuencia, el jueves pasado ha aprobado una ley muy pionera de Atención Integral de Adicciones y Drogodependencias. Tan pionera es que Euskadi se convierte en la primera Comunidad que no solo va a impedir que los fumadores le dañen a usted con el humo, prohibición perfectamente legítima, sino que tampoco permitirá que le den mal ejemplo utilizando vapeadores electrónicos en espacios públicos.

Los argumentos en favor de la prohibición han sido enternecedoramente maternales: Se han referido a los menores, almas cándidas que quedarán ahora protegidos de la horrenda contemplación de alguien emitiendo vapores inocuos mientras se envenena por dentro según su libre y consciente voluntad. También se apeló a la defensa de “los más desfavorecidos” sin que sea un servidor capaz de entender lo que signifique una expresión tan loable como vacía: tal vez se trataría de proteger a los pobres de que gasten lo poco que tienen en lo que no les conviene ¡vaya usted a saber!

Desdeñada “de saque” en esta ley tan integral la propia libertad individual de una persona adulta para hacer algo perfectamente legal y, sobre todo, perfectamente inocuo para los demás, la polémica se ha dirigido a determinar si los cigarrillos electrónicos sirven o no para desintoxicarse o si la Organización Mundial de la Salud los recomienda o rechaza como terapia. Es decir, si son buenos o malos para sus usuarios. En definitiva, volvemos a hacer leyes para promover las buenas costumbres e impedir las desviaciones. Ahora que la Iglesia pierde influencia, los parlamentos toman el relevo.

La ley es un alarde de pedagogía que se olvida de que esa misma palabra viene del griego “paidión” (niño) y agōgós ‘ (guía) porque se pensó para definir la forma en que una persona adulta conduce a otra que no lo es. O sea ustedes y yo, según deben de creer nuestros representantes.

Por supuesto que la Sociedad de Prevención del Tabaquismo se ha felicitado por la prohibición de la nicotina en los bares. Muy lógico, porque según los principios de la división del trabajo, su competencia se centra exclusivamente en ese veneno y nada tiene que decir contra el alcohol, las bebidas con sacarosa, la cafeína o las grasas saturadas, tan habituales en nuestras barras y terrazas.

Costó muchos años y mucho sufrimiento lograr que las libertades privadas venciesen a la imposición obligatoria de buenas costumbres sociales y que, en consecuencia, dejasen de ser perseguidos el ateísmo, la herejía, la homosexualidad, la infidelidad conyugal, los derechos de las mujeres, las minifaldas o los besos en el parque. Pero lamentablemente, y ahora con aires de sanísima modernidad, vuelve la tentación de utilizar la fuerza del Estado para obligarnos a mantener un comportamiento privado intachable. Hoy ha sido la nicotina pero un día vendrán con la ley en la mano a hablar del alcohol, de los tacones de aguja, del suicidio, de las carnes rojas, de la sal, de la TV, de los videojuegos, de los tejidos sintéticos o de las malas posturas, y apelarán a la OMS.

No soy de obligar pero sí recomendaría a nuestros parlamentarios leer a los políticos clásicos:

Ningún hombre puede, en buena lid, ser obligado a actuar o a abstenerse de hacerlo, porque de esa actuación o abstención haya de derivarse un bien para él, porque ello le ha de hacer más dichoso, o porque, en opinión de los demás, hacerlo sea prudente o justo.

“Sobre la libertad”, de John Stuart Mill fue publicado en 1859, solo 33 años después de que un pedagogo, el maestro Antonio Ripoll, fuese ahorcado en Valencia por negarse a “restituir su alma a las verdaderas ideas de nuestra santa religión”. Kontuz.

Publicado en eldiarionorte.es el 8 de abril de 2016